Se le exige a la universidad una perfección que no se pide ni se practica en el resto de ámbitos de nuestra sociedad, y mucho menos en el político. Se la acusa de no estar entre las mejores del mundo, de endogamia, y de manirrota. Se olvida que la universidad española, con su virtudes y pecados, es hija de las legislaciones que han creado los políticos de turno desde la década de 1980.
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