El tipo, moreno impecable y traje a medida, acababa de regresar de un desierto enclavado en los USA donde un señor mayor algo jipi, algo obeso y algo greñudo (así me lo describió) repartía unos abrazos fabulosos que te regeneraban por dentro y por fuera. Magia flotando, me explicó. Sentías... ¿Cómo expresarlo...? Pues sentías, en fin, una suerte de electricidad cósmica ramificarse sobre tu osamenta hasta estallar en tu cerebro. El amable abrazador profesional te estrujaba fuerte, muy fuerte, y entonces en tu sesera florecían fuegos artificiales
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