Tiene mérito. El primer y único debate electoral de la historia de España entre cuatro candidatos a presidentes del Gobierno ha acabado siendo más lento, aburrido y encorsetado que el clásico y obsoleto debate parlamentario. Entre todos lo pactaron y el debate se murió. El mínimo común de los cuatro partidos en la negociación de los turnos, los tiempos, el orden y el color acabó pariendo una sucesión de monólogos sin riesgo alguno para los candidatos, especialmente para quien más tenía que perder.
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