Cuando WikiLeaks publicó los e-mails del archivo de John Podesta, representantes oficiales del equipo de campaña de Clinton, incluido el encargado de medios, adoptaron la estrategia de mentirle al público de manera descarada, diciendo -sin aportar ninguna prueba- en que los e-mails habían sido fabricados y por tanto debían ser ignorados. Esa mentira descarada -y es exactamente lo que era: una denuncia hecha con el conocimiento de que era falsa y con total falta de respeto por la verdad- fue agresivamente amplificada
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