Ya ha pasado casi un año: Syriza y Tsipras han dejado de ser una amenaza para la civilización occidental y se convirtieron en un operador más del brutal ajuste económico que sufre su país. Los problemas griegos han empeorado. Lo importante era mandar un mensaje bien amplificado: no se pueden cambiar las reglas de la Eurozona, y menos a instancias de un partido de ‘outsiders’ que gobierna un país periférico en dificultades.
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