Este será el legado de la humanidad

El mundo es diferente hoy día gracias a todos y cada uno de los seres vivos que han poblado nuestro planeta desde hace 4.000 millones de años. Y cada existencia, por leve y breve que haya podido ser, ha supuesto un antes y un después Universal. Una afirmación atrevida, ¿verdad? ¡Pues es cierta!

Dada la manera en que funciona la física en la naturaleza, el simple hecho de ser y de conformar un cuerpo complejo presupone el "pago" a cambio de un enorme coste energético de magnitud similar a la complejidad alcanzada por dicho cuerpo. Un coste y un consumo que siempre deja huella y que supone un legado irreversible. En pocas palabras: el futuro del mundo sin nuestro ser particular habría sido muy distinto. Pero, ¿en qué consiste ese legado que la humanidad en general y cada persona en particular dejará impreso en el fenómeno? ¡Un extraordinario aumento entrópico!

Cuanto más compleja es una estructura natural, mayor flujo de energía libre requiere para mantenerse y persistir reiteradamente en el tiempo, y el consumo de dicha energía libre supone una degradación en la calidad de la energía total (y constante del Universo). Una degradación y un aumento de entropía que desde el mismo momento que llega a acontecer no tiene ya vuelta atrás. Por su manera de actuar, el cosmos pierde (incluso "busca") siempre atenuar la calidad y la capacidad de la energía que contiene; y en el caso particular de la Tierra y de toda la complejidad que contiene, esto se traduce en la aparición y sustentación de procesos que toman la energética luz del Sol y la acaba convirtiendo en un desecho de desorganizada luz infrarroja que es "escupida" al espacio exterior.

Y ese será nuestro gran legado, el legado de todo ser que haya poblado nuestro planeta. Cada pequeña aportación vital ha supuesto y supondrá de manera más o menos directa un exponencial aumento entrópico. Cientos de miles de trillones de fotones solares degradados pueblan ahora el Universo; unos fotones que habrían escapado sin más rebotando en la superficie terráquea si no hubiesen sido atrapados primero por el proceso fotosintético de alguna bacteria o planta. Un proceso fotosintético que permite el florecimiento de un ciclo metabólico más complejo por el que unos seres devoran a otros mientras que por el camino esa energía originaria acaba cada vez más y más descompuesta en un (activo) intento natural por maximizar este propio acto degenerativo.

Podemos entender de este modo como la Tierra es de manera global una enorme plataforma degenerativa, y como cada parte constituyente atrapada bajo su potencial gravitatorio es algo así como un resorte dentro de esta enorme maquinaria térmica.

De manera que ya es hora de afrontar los hechos, reconocer que todo nuestro trabajo diario, y todo el esfuerzo existencial va unido irremediablemente a este destino natural que nos dio forma y nos mantiene como fenómenos persistentes. "Sólo" somos máquinas térmicas. Más concretamente, somos máquinas que comen máquinas para construir más máquinas constituyendo un ciclo de máximo flujo energético. Y además somos máquinas constituidas por millones de máquinas más pequeñas (células), y agrupadas en cooperación con otras máquinas (sociedad). Pero de todas formas, y a pesar de la complicación presentada, todo es finalmente reducible a la misma guía y coordinación que determina cualquier otro movimiento (dinámica) natural: acelerar el consumo de la energía libre de calidad y disminuir tan pronto como sea posible el potencial generativo en el Universo.

En este sentido es interesante notar como Alan Watts, un famoso teólogo de los años sesenta, no sólo intuyó este estatuto termodinámico de la vida, sino que lo afrontó directamente, y encontró en él una fuente de revelación natural:

"Los estándares religiosos, sean judíos, cristianos, mahometanos, hinduistas o budistas, son -tal como se practican ahora- como minas agotadas: muy duras de excavar. Con algunas excepciones no fáciles de encontrar, sus ideas sobre el hombre y el mundo, su imaginería, sus ritos y sus nociones de la buena vida no parecen ajustarse al universo tal como lo conocemos, ni a un mundo humano que está cambiando tan deprisa que mucho de lo que uno aprende en la escuela ya ha quedado obsoleto el día de la graduación [...]. Porque hay un recelo creciente de que la existencia es una carrera de ratas en una trampa: los organismos vivos, personas incluidas, no son más que tubos que tragan cosas por delante y las echan por detrás, las cuales los mantienen haciendo lo mismo y a largo plazo los desgastan. Así que, para seguir con esta farsa, los tubos encuentran maneras de producir nuevos tubos, que también tragan cosas por delante y las echan por detrás. En el extremo de entrada incluso desarrollan ganglios nerviosos denominados cerebros, con ojos y oídos, que les facilitan la búsqueda de cosas que tragar. Siempre y cuando obtengan alimento suficiente, gastan su excedente energético en menearse de maneras complicadas, producir toda clase de sonidos inhalando y exhalando aire por el agujero de entrada y congregarse en grupos para luchar contra otros grupos. Con el tiempo, los tubos adquieren tal abundancia de aparatos adosados que apenas son reconocibles como simples tubos, y se las arreglan para hacerlo en una asombrosa variedad de formas. Existe una norma vaga de no comer tubos de la misma forma que la propia, pero en general hay una intensa competencia por ver quién se convierte en el tipo superior de tubo. Todo esto parece maravillosamente fútil, y sin embargo, si uno se pone a pensar en ello, comienza a parecer más maravilloso que fútil. De hecho, parece sumamente extraño."

Si nuestro destino como meros resortes entrópicos dentro de una maquinaria planetaria mayor (que algunos llaman Gaia) es o no fútil dependerá ya del juicio subjetivo del lector, pero no cabe duda de que nuestra mera existencia le supone objetivamente al Universo un antes y un después. El simple hecho de que usted, lector, y yo, estemos "disfrutando" de unas décadas de vida, supone que el mundo será irreversiblemente diferente a como habría sido sin nuestro paso por el ser. Nuestro paso existencial será "recordado" durante toda la existencia; y nuestro rastro irá unido al de todos esos fotones viajando por el cosmos y a los que ayudamos a degradar para siempre de una manera u otra.

Probablemente más pronto que tarde nadie nos recordará una vez fallezcamos y nuestro ordenado cuerpo se diluya en átomos y moléculas independientes; pero el fruto de nuestro esfuerzo vital existirá por siempre, o al menos mientras el Universo aguante. Dada las leyes termodinámicas cada segundo de nuestras vidas supone de hecho un cambio definitivo en la historia Universal, y eso es algo que como poco debería de hacer reflexionar al nihilista más acérrimo.

Es indudable que el mundo tiene una "preferencia" (termodinámica) para el modo en que debe acontecer el fenómeno (su dinámica); y esta tendencia natural es clara e irreversible, tiene dirección y sentido, y conlleva a priori la propia posibilidad de nuestro origen (evolutivo) como especie. Así pues somos consecuencia de una predilección natural, y a ella le rendimos (queramos o no, y lo sepamos o no) tributo con cada uno de nuestros suspiros.

Por lo tanto nuestro legado final, como personas pero también como miembros sociales de la especie humana, será el de haber servido del mejor modo posible al Universo y a su "necesidad" térmica. Y todo ese esfuerzo y dolor vertido por el hombre tendrá finalmente una "recompensa" en modo de recuerdo histórico. El mundo nos recordará mientras dure y llevará en él la impronta degenerativa de todos y cada uno de nuestros actos vitales.

Así pues, amigo; vive, lucha, trabaja, procrea, produce y consume de la manera más óptima dada tus circunstancias personales: el cosmos te lo "agradecerá" (literalmente, en forma de dopamina).