Cuando Ane Bengoa, de 36 años, empezó a criar a su bebé no sintió esa conexión mágica de la que todo el mundo hablaba. Solo tenía ganas de llorar. Pero se tragó las lágrimas, al final tenía un bebé sano, una pareja amorosa y una familia que los apoyaba. No tenía derecho a quejarse. Ane vivía en Ibiza y su familia, en Bilbao. Apenas tenía amigas con niños ni una red de apoyo. Se sentía sola, estaba enfadada con el mundo y no sabía muy bien por qué. “Y de repente, pasa el tiempo y me doy cuenta de que no he tenido un minuto para mí”,