Fábula: El jilguero

Cuando volvió al nido con un gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia, se los había robado.

El jilguero empezó a buscarlos por todas partes, llorando y trinando: todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos, pero nadie respondía.

Un día, un pinzón le dijo:

—Me parece que he visto a tus hijos en casa del campesino.

El jilguero voló lleno de esperanza, y en poco tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.

Pero al levantar la cabeza vio una jaula en la ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.

Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.

Entonces, llorando con desconsuelo, los dejó.

Al día siguiente volvió el jilguero de nuevo a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los besó uno tras otro, por última vez.

Había llevado a sus crías una yerba venenosa, y los pajaritos murieron.

—Mejor morir —dijo— que perder la libertad.

Fábula atribuida a Leonardo Da Vinci