Un yanki en la Corte del Rey Arturo, de Mark Twain: parece escrito mañana

Empezamos una iniciativa en el sub Club de Lectura llamado "El libro del pueblo". Uno de nosotros, designado por el administrador, hablará de su libro favorito o escogido para compartirlo con el resto, que podrán preguntarle lo que le salga de los higadillos. Hoy me toca a mí, así que al turrón.

Hay muchos libros que me gustan y me apasionan, pero este es, sin duda, mi favorito. Un libro que resulta novedoso y refrescante hoy, fue salvaje y atrevido en su época. Y, para mí, es su mejor obra. Sí, por delante de Príncipe y Mendigo, por delante de Sawyer. Es exquisitamente genial, el libro que cualquiera desearía escribir. De haber sido escrito en nuestro tiempo lo firmaría Eduardo Mendoza, que también tiene una parodia histórica deliciosa (Los asombrosos viajes de Pomponio Flato; una de sus frases la tengo en mi perfil desde el inicio) y maneja la ironía, la crítica ácida y el humor de la misma manera que el americano. Comentaré algunos detalles del libro sin entrar en demasiados spoilers, aunque no os preocupéis porque lo divertido del libro es cómo se desarrollan los acontecimientos, más que ellos de forma aislada; y, además, si no conocéis el Ciclo Artúrico, hijos míos...

El título lo dice todo: un yanki, no se sabe cómo, termina en la corte artúrica. La premisa ha dado lugar a malísimas, terribles y pésimas adaptaciones al cine, así que muchos sabréis cómo sigue: el yanki, Hank Morgan, sabe que va a ocurrir un eclipse ese año, se aprovecha de sus conocimientos y "oculta el sol" para demostrar su habilidad mágica, y así consigue ascender a lo más alto del poder, sólo detrás del Rey, bajo el título de El Patrón (chistes de Escobar aquí).

Este primer hecho marca toda la dinámica entre el yanki, Hank Morgan, y el resto del mundo: sus conocimientos científicos y técnicos y su uso de la razón le ponen con muchísima ventaja con respecto al resto, con matices.

Hablemos de Hank Morgan. Hank (el libro está escrito en primera persona, así que apenas se menciona el nombre y los personajes se refieren a él bajo su título) es un yanki. Un yanki industrializado. Un tipo honesto y trabajador, encargado de una fábrica: tiene conocimientos científicos y de ingeniería, es un manitas habilidoso y, aunque no lo menciona expresamente, de sus ideas y actos vemos que es un progresista convencido, sindicalista, anticlerical (aunque no antirreligioso) y muy americano primigenio en su idea de despreciar toda nobleza por nacimiento, todo privilegio, toda religión estatal, todo gobierno autocrático.

Hank es el clásico sindicalista honesto y pragmático. No da discursos inspiradores y no busca liberar al pueblo mediante soflamas, no: el buen yanki pretende provocar, en cierto sentido, la Revolución Industrial para que dé paso inmediatamente a la Revolución Francesa. Pretende educar a esa nación de iliteratos serviles a nobles estúpidos -aunque muchos le caen simpáticos y en su estupidez les reconoce honor y cierta bondad- y convertirles en un pueblo libre y democrático en plena Alta Edad Media. Una nación con máquinas de vapor, telégrafos, teléfonos, pólvora, periódicos, cristales ("Es sorprendente lo mucho que se echan de menos los cristales cuando no se tienen"), educación pública y laica, meritocracia y básicamente el american dream, cuando dicho término aún significaba algo.

Hank se enfrenta a tres poderosos enemigos, al principio de forma sutil: la nobleza y realeza como estamento (representada por Arturo y sus caballeros), la Iglesia (detesta la religión oficial) y la superstición, encarnada por Merlín.

Me voy a centrar en los primeros únicamente, porque ilustran lo listo que es el yanki y lo brillante que es Twain:

El poco respeto que le inspiran los Caballeros se ve en cómo los menciona: "nuestros chicos" o "muchachos". Así se refiere a sus búsquedas del Ciclo Artúrico: "Cuando uno de los muchachos salía a sangrialear, con toda su ferretería, yo me animaba mucho, pero no deseaba emprender tal viaje" (a sus armaduras las llama "ferretería").

No obstante, su relación con ellos es muy cordial y con algunos termina entablando una fuerte amistad. Así que encuentra un uso práctico para los caballeros andantes:

Los usa de pancartas publicitarias y vendedores viajantes.

Una de las prioridades del yanki es higienizar a la población, y piensa que un caballero andante es una pérdida de recursos. Resultado: les pone una bandelora con un anuncio tipo "PRUEBEN EL JABÓN PATENTADO DE PETERSON" y les hace jurar por la Virgen que lavarán a cualquier otro caballero que venzan en una lid, y luego le tomarán juramento de que este caballero vencido también vagabundeará retando a rivales y lavándoles si vence. Así tiene a caballeros andantes que mientras buscan ogros y demás bobadas, publicitan cepillos de dientes, periódicos, jabones, camisetas y abrillantadores de estufas.

El yanki inventa, en el siglo VI, el márketing de guerrilla y la publicidad viral, en sentido casi literal.

Así que, de esta forma, pretende conseguir que los caballeros dejen de ser tan amenazantes y pasen a ser comerciales a puerta fría (y a hierro frío de espada también). La gracia es que los nobles se lo toman como una encomienda de gran valor y coraje.

Curiosa, también, su idea del ejército. Desmoralizado porque los chavales que él ha criado en sus escuelas y academias militares no obtienen mandos, porque cualquier noble cernícalo los tiene por haber salido de un determinado chocho, sale con la idea de crear el Regimiento del Rey. Un espléndido regimiento donde todos son oficiales, una fuerza de élite que sólo acepta nobles. Y los nobles, claro, encantados.

De esta forma tiene a toda la nobleza improductiva en su Regimiento tan contenta y sin molestar y el ejército de verdad, el que vale, al mando de hombres formados y competentes.

Con el tiempo, el yanki instaura un tren y unos ferrocarriles. Para seguir manteniendo a los nobles ocupados, les otorga cargos absurdos como "Maquinista Mayor" y los pone de empleados de la empresa estatal. Dice que lo hacen bien pero "no pude convencer a los chicos de que se quitasen esa dichosa ferretería de encima". Les hace jugar al béisbol incluso (dice que es muy divertido, porque como juegan con armaduras no se molestan en esquivar las pelotas) porque afirma que "los torneos son una pérdida lamentable de caballos, que me importan más que los caballeros". ¿Alguien ha dicho toreo?

El yanki llega incluso a desarrollar una idea, no implementada, de monarquía constitucional basada en gatetes. Su ayudante, Clarence, le ilustra: básicamente hacen lo mismo. Son elegantes y perezosos, pueden cruzarse, recibirían todos los honores y harían todo el trabajo sus subordinados. Tendrían dinastías de Misifús y Firulais que se casarían entre ellos y sellarían pactos matrimoniales entre países. Una bicoca.

Por último, ¿cómo empieza el conflicto del ciclo artúrico en la versión de Twain? Bueno: el yanki instaura una Bolsa en el reino. Lancelot es alcista, y haciendo buenas inversiones especulativas en acciones machaca a los bajistas, cuyo líder es... sí, Mordred. Ahí empieza la guerra civil y los hechos que todos conocemos: muerte de Lancelot, de Arturo y de todo Cristo bendito. El final del yanki, no obstante, es auténticamente apoteósico y una de las batallas mejor narradas que he leído.

El país perfecto del yanki se va a la mierda por especulaciones en Bolsa y la intervención de la Iglesia en el Estado, que ya estaba bastante mosqueada, apoyada por los sectores más reaccionarios. Da que pensar. Recuerdo a los lectores que este libro fue escrito en 1889.

Hay mil detalles modernos que seguramente se me escapan, pero menciono uno: el típico anacoreta o eremita que se pasa la vida recluido haciendo, por ejemplo, movimientos repetitivos. A uno de ellos, en concreto, el yanki piensa que es un desperdicio de energía cinética y... le engancha un telar para que fabrique prendas de ropa. Cuando el santo varón muere, se lamenta el yanki: "A lo largo de su vida nos tejió más de dos mil camisetas, sin duda, era un santo varón y lamenté mucho su pérdida".

Ahí están el yanki y el eremita, y una metáfora perfecta de cómo convertir fuerza inútil divina en fuerza productiva terrenal.

Nota final:

Hank Morgan defendía el sindicalismo, la religión completamente fuera de las aulas, la laicidad absoluta del estado, la supresión completa de cualquier privilegio por nacimiento, la educación pública, mandar al rey y la nobleza al quinto carajo y la formación del pueblo para acceder a una democracia auténtica y real mediante la cual elegir su propio destino, porque, según sus palabras, "Lo cierto es que, cuando un pueblo realmente puede elegir a sus gobernantes, no existen los castigos brutales".

Hace 130 años que fue escrita.

Y hoy muchos de esos conceptos siguen siendo demasiado progresistas para algunos.

Este país necesita un Hank Morgan.