No es extraño que el tiempo comenzara a medirse en las líneas férreas, aprovechando además los impulsos eléctricos del tendido del telégrafo que solían acompañarlas, y que transportaban de forma casi instantánea la hora de observatorios fiables. Los relojes de las estaciones (que incluían minutero) se convirtieron en la referencia que desbancó a los campanarios, y surgieron los relojes personales, primero de bolsillo y luego de muñeca, que los ciudadanos iban a calibrar comparándolos con los expuestos en las estaciones.
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