Decir que la ciencia puede probar su propia fealdad es posible. Como es posible afirmar que existen universos paralelos, supersimetría o cuerdas vibrantes componiendo un mundo que suena a Beethoven. Para todo ello existen teorías y matemáticas que cuadran. O las hacemos cuadrar para que nuestras más bellas afirmaciones (o titulares) se adornen de ecuaciones guiadas por la belleza, ajenas a la comprobación experimental.
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