En el cosmopolita París de la Tercera República, cuna de las vanguardias artísticas, no podían estar más de moda entre pintores y aficionados las estampas japonesas. Van Gogh, Renoir o Matisse se dejaban los francos en las tiendas de japonerías de la Rue de Rivoli para engrosar sus pequeñas colecciones de ukiyo-e. También Picasso alimentaba una notoria querencia por este tipo de estampas, pero al sátiro malagueño lo que le fascinaba, más que los refinamientos estéticos de un Hiroshige pintando ciruelos en flor, era su contenido...
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