Para nosotros, habitantes del siglo XXI, la palabra deportación nos evoca irremediablemente las grandes y dramáticas deportaciones del siglo pasado, cuando los totalitarismos fascistas o comunistas movían pueblos y naciones enteras como si de piezas de un tablero de ajedrez se tratara. Era una herramienta de represión política o incluso un útil instrumento a utilizar en el marco de campañas de limpieza étnica. No obstante como en otros muchos aspectos no hay nada nuevo en el horizonte. Roma también lo hacia a su manera.
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