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Hace poco más de dos años, durante una comida en Dangyang, el pueblo de mi mujer, una medio-pariente a la que apreciamos mucho manifestó su intención de comprar un coche. Yo le respondí que no me parecía necesario comprar un coche en su situación, ya que ella y su familia vivían a dos pasos de sus puestos de trabajo y de la escuela de su hija. Grave error. Nada más terminar mi frase, el silencio de los comensales me indicó que, como de costumbre, había aconsejado más allá de mis posibilidades.
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