Ni de cansancio ni de alegría, las lágrimas que se le escaparon a Marc Márquez después de completar su primera carrera en nueve meses eran de liberación. De alivio. De una sensación que él mismo reconocía que nunca había sentido y que era algo nuevo en su vida. Venía desde muy abajo, desde un pozo muy negro en el que los deportistas de élite entran cuando notan que su cuerpo está roto y no les responde.
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