Fermín, también

Este modesto texto lo escribí hace mucho tiempo, no es nada del otro mundo. Es de 2006. Mis disculpas.

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Como cada día, Fermín Gorza Antúnez se dirigía al trabajo, aburrido, cansado, y un poco desesperado. Era un desescritor. Asistido por una supuesta inteligencia mecánica, no, “inteligencia de aprendizaje rápido basada en texto computacional”. IARTC... que todo el mundo llamaba “Artic” moviendo letras aquí y allí. La broma sobre la palabra es que estaban en Islandia, en un sótano tres pisos por debajo del suelo helado de ese país.

Fermín llevaba un año soportando la sopa de moscas, la cabeza de delfín al horno y el pulpo seco curado. Integración culinaria lo llamaba él los primeros meses, “esperando el paquete” lo llamaba a los seis meses, un paquete que le enviaba su novia desde Madrid.  Jamón al vacío, manitas de cerdo al horno, al vacío, y unos callos con salsa, al vacío, claro, todo clandestino, claro. Los compañeros islandeses lo miraban de reojo cuando sacaba del calentador osmótico sus platos, sobre todo los callos, esos mismos que se metían entre pecho y espalda media cabeza de oveja al horno, ojo incluido, los mismos. Einar era el más crítico, defendía al ultranza la comida islandesa, no había otra mejor en el mundo. Un caso perdido.

Fermín había nacido en Cuenca-2 y había estudiado en Madrid-1 “Desescritura Creativa”, una rama de la “Tecnología de la Doblez Literaria”... su misión, retorcer las palabras para que dieran como resultado lo opuesto a lo que cualquier famoso, político, filósofo, pensador hubiera dicho para que encajara con la “moda de verdad” de ese mes. No era la verdad de moda del mes, no... era la moda de verdad, algo muy diferente. Ese mes tocaba “verde que te quiero verde”, todo era superverde, el planeta estaba regenerándose y la gente se alegraba de que por fin se estaba encarando el problema del humo de la fábricas. Ahora ese humo era verde, usaban un colorante artificial para que de las chimeneas de las empresas saliera humo verde. Tan ecológico. Tan bonito.  Tan falso.

Fermín era feliz en su trabajo, no se planteaba muchas cosas de sus obligaciones diarias, le pagaban por ello y además había elegido estudiar esa rama del conocimiento. Una cosa sí le molestaba, una sola cosa, la comida. Cada vez que tenía que desescribir algo relacionado con las comida y que fuera “moda de verdad” ese mes... como cuando tuvo que desescribir sobre la calidad del aluminio en escamas para condimentar algunos platos de agujas de pino a la brasa... o cuando tuvo que defender el uso de agua de mar contaminada con hidrocarburos procesada a doscientos grados en los hornos caseros de recaptación... En esos casos, siempre esperaba su paquete enviado desde Madrid-1.

Hasta que un día, su novia, Astrid, le dijo que había hecho tríada con Manuel y con Pedro... y que se iban a firmar la cláusula de trío en agosto. Ya no le enviaría más comida desde Madrid-1. Ellos tres se iban a vivir a Australia-Cero, donde Pedro tenía una empresa de asesor de viajes a la Luna. Eso supuso un duro golpe para él; quién le enviaría jamón o callos... quién.

Así que se dirigió a la oficina de suicidios asistidos, expuso su caso y la persona que le atendió pensó que quizás no había motivos suficientes para ser incluido en el proceso. Lo malo es que Unna, la persona que le atendió, intentó invitarlo a comer cola de caballo al horno... Había muchos caballos en Islandia, sí.

Fermín volvió a casa un poco triste, en realidad, cabreado. Preparó una tortilla de huevos clonados de gallinas de Vietnam.  Y se puso en la pared fotosensible el canal de Guerras de Comidas, donde los ejércitos de los paises se disputaban qué comer o que no comer a bombazos. Bueno, no, eran robots soldados con las insignias de DomandMac (carne de perro procesada) o Xin Xui (pescado en vinagre) o PastaBella (tripas de cerdo deshidratadas)... Esa noche, mientras cenaba se acordó que Manuel era “delfiniriano” y Pedro “Aracnófilo Culinario”... Ella, que le enviaba comida ancestral, que en la clandestinidad cocinaba y le enviaba esa comida... Astrid, había claudicado.

Fermín, también.