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"Aviso: están robando en los trasteros". Un presagio sobre el futuro social si no reaccionamos

Tras varios días sin salir, cogí el ascensor de mi casa para bajar a hacer algunas gestiones. Allí encontré un cartel que rezaba lo siguiente: "Aviso: están robando en los trasteros. Algunos ya están abiertos". Subí para la terraza y me encontré dos trasteros descerrajados de un total de 6. Uno tenía la cerradura en el suelo, y el otro prácticamente arrancada. No eran ladrones profesionales, sino vecinos de los bloques cercanos que habían saltado la pequeña pared que separa unas terrazas de otras para robar. Obviamente por necesidad.

Mi bloque está en un barrio humilde donde la población se reduce a ancianos, personas inmigrantes y gente de pocos recursos. Los dos bloques que rodean al mío tienen numerosos pisos patera donde se hacinan decenas de extranjeros, aparte de algunos vecinos conocidos por su "mala vida", otros que son trabajadores no cualificados (básicamente albañiles y peones) y otros de avanzada edad. Mi bloque es ciertamente privilegiado, pues allí sólo viven personas de 70 años para arriba (salvo un piso de estudiantes) y el nivel de conflictividad es bajo, más allá de alguna que otra fiesta de los estudiantes. Pero como decía un vecino, los dos bloques que nos rodean son "el Vietnam".

Pese a ello, en más de 30 años nunca habían invadido nuestra terraza para robar, y el que lo hayan hecho durante la crisis del coronavirus no es casualidad. Pese a las limitadas ayudas que da el gobierno (y que ni siquiera tendríamos si gobernase el PP con Vox), hay mucha gente que trabaja en negro, que ha sido despedida sin cotizar lo suficiente y no puede acceder ni siquiera al subsidio mínimo para trabajadores temporales (por ejemplo porque tuviesen un contrato indefinido y les hayan echado en el periodo de prueba) o que no pueden esperar al pago de los subsidios, que por lo visto va con retraso. Toda esa gente no puede subsistir, y estoy convencido de que por ese motivo algunos de ellos asaltaron los trasteros de unos viejos donde no creo que hubiese nada mínimamente valioso.

Parece que para finales de mayo tendremos el coronavirus prácticamente eliminado, y para junio podríamos llegar al nivel 0 de contagiados. El problema está en que, si no contamos con vacunas y tratamientos efectivos para entonces, una reactivación de la actividad económica podría implicar una segunda oleada que volviese a paralizar el país. Sólo hacen falta unos pocos contagiados (que podrían venir de cualquier país que aún no lo tenga controlado, o ser españoles asintomáticos) entrando en edificios públicos. Y todo volvería a empezar, con el aluvión de nuevas tragedias humanas y el inédito hundimiento económico, de consecuencias difícilmente previsibles, que sufriríamos.

El coronavirus está mostrando lo trágicamente superfluas que eran las milongas con que nos tenían entretenidos los principales tahúres de la política. Cataluña, el pin parental, los malvados rojos separatistas y ateos que quieren destruir la santa tradición, los islamistas que quieren convertir a España en un califato y eliminar nuestras raíces cristianas...toda la gentuza que usaba esos espantajos para ganar votos fomentando el odio, no tendrá que pelear por un respirador en un hospital público atestado, ni llorarán de miedo ante la pérdida de su empleo y la imposibilidad de llegar a fin de mes. Pero muchos de quienes les votaron, sí.

Ha llegado el momento de madurar como sociedad, dejando a un lado las banderitas, religiones y demás mitos identitarios con que unos cuantos llevan forrándose siglos a nuestra costa. Ha llegado el momento de entender que sólo el Estado puede salvarnos de lo que viene. Un Estado democrático y controlado por la ciudadanía. Un Estado con capacidad para atender a los enfermos e investigar vacunas. Un Estado que pueda garantizar nuestra subsistencia si nos quedamos sin empleo. Un Estado con la fuerza necesaria para exigir a los más ricos que paguen lo que les corresponde, como hacen en otros países que tienen el triple de camas hospitalarias que nosotros por cada 100.000 habitantes (caso de Alemania). Un Estado cuya única bandera sean los Derechos Humanos, que sea la casa común del que quiera rezar a Cristo, del que quiera rezar a Mahoma y del que no quiera rezar.

Ahora cobran todo su sentido aquellas estadísticas que antes parecían vacías. España está a la cabeza de Europa en la brecha entre ricos y pobres www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/aumenta-brecha-ricos-pobres-es somos uno de los países europeos con menor presión fiscal para nuestros ricos www.rtve.es/noticias/20191103/gestha-estima-59000-millones-perdida-rec y nuestro fraude fiscal es obsceno www.20minutos.es/noticia/3572037/0/fraude-contribuyente-economia-sumer Son cientos de miles de millones de euros que podrían invertirse en vacunas, respiradores y ayudas para quienes no podrán llegar a fin de mes.

Muchas personas de clase media se han sentido en estos días tan desamparadas como los indigentes a los que una parte de ellos despreciaban. En los hospitales, las residencias de ancianos o las oficinas del paro. Y espero que hayan abierto los ojos. Nadie merece ver negada su dignidad de ese modo, y es misión de todos nosotros, a través de un Estado moderno y social, evitarlo. La morralla que se pone cascos medievales para hacerse fotos y apela a Don Pelayo y El Cid no estaban con ellos, sino disfrutando de los sueldazos que ganan a costa de sus votos y votando en contra de renunciar a sus dietas parlamentarias para invertir ese dinero en sanidad. Espero que todos hayamos sacado conclusiones.

Ni banderas ni religiones, sólo Derechos Humanos y un Estado capaz de garantizarlos a fin de evitar la barbarie e impedir las violencias (desde familias que se mueren de hambre a atracos callejeros de personas desesperadas) que nos esperan si no ponemos la riqueza del país al servicio del bien común, tal y como dice el art. 128 de la Constitución. No como Cuba o Venezuela. Simplemente como Alemania o Dinamarca.