Sonríe pícaramente, habla con la prensa, mira hacia los escaparates donde las mujeres ofrecen sus favores en el conocido Barrio Rojo de Ámsterdam. Mariela Castro viaja por Holanda y dedica unas frases a la prostitución en Cuba y a las drogas que se venden por todo el malecón habanero. Su ropa impecable, la boina ladeada y esa mirada amable, hacen a muchos concluir que la hija -sin dudas- suaviza la imagen adusta de un padre octogenario, general y presidente.
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