Si de verdad quisieran ahorrar energía -y lo necesitamos- prohibirían las bombillas incandescentes y las halógenas, generalizando las de alta eficiencia, que consumen hasta cinco veces menos; eliminarían la iluminación de las carreteras interurbanas; penalizarían los letreros publicitarios luminosos; exigirían diseñar la ciudad para otras formas de transportes (peatones, ciclistas...)
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