De espectros sordomudos, ahogados que se aferran a la piedra de su cuello y otros especímenes

El otro día mientras leía este artículo www.meneame.net/m/Artículos/hacer-cuando-tu-pareja-ya-no-pone me quedé perplejo viendo la cantidad de gente que defendía la infidelidad en la pareja, y que además resaltaban la importancia de mantenerlo en secreto y daban trucos para conseguirlo. Siempre he pensado que las personas menos confiables son quienes engañan a sus seres queridos, pues quien es capaz de estafar a su padre o su esposa, también lo será (y si cabe aún con menos escrúpulos) de abusar obscenamente de cualquier persona alejada de su círculo afectivo.

El debate no es si el sexo fuera de la pareja es moralmente válido, pues si tu novio sabe que vas a acostarte con otro y le parece que no afecta a la calidad de vuestra relación, los demás no tenemos nada que objetar. El problema viene cuando tienes una relación sentimental con alguien que considera esencial la fidelidad para mantenerla, y le ocultas que le estás engañando en algo que para ella es vital, mientras te aprovechas de su cariño. Eso es rotundamente miserable. Pero ¿cómo hemos llegado al punto de justificar la infidelidad clandestina? Porque nos creemos con derecho a obtener todo sin renunciar a nada. Y si para ello hay que estafar a quien nos ofrece su amor a cambio de un compromiso, pues se hace.

Si una empresa ofrece a un abogado 20.000 euros de salario al mes a cambio de estar a su servicio a todas horas, el abogado puede aceptar o rechazar. Pero no puede coger el dinero y quejarse de lo abusivo de las condiciones para justificar que ha decidido no cumplirlas. Todo beneficio implica una renuncia. Y somos lo suficientemente adultos para sopesar ambos conceptos y aceptar o rechazar el beneficio. Si yo le prometo a un cliente hacerle su demanda en un fin de semana que tenía previsto pasar en la montaña, cobro y no se la hago, el cliente podrá exigirme daños y perjuicios. Y no me servirá como excusa alegar que me apetecía mucho tomar el aire de la sierra.

El hedonismo infantiloide y la irresponsabilidad son dos males que están envenenando la sociedad de un modo cada vez más intenso. Conozco infinidad de parejas que se han roto porque cada uno de sus miembros buscaba un "padre-criado" que estuviese pendiente de todos sus caprichos, y consideraban una traición que no les llevasen el desayuno a la cama. Esas rupturas, unidas a la brutal incomunicación que nos caracteriza hoy en día, están provocando que cada vez haya más personas viviendo solas sin desearlo.

El modelo de ocio imperante se basa en el ruido, el estímulo superficial e inmediato y la negación de las particularidades de cada individuo. Música estruendosa, copas y luces intermitentes. Máscaras, ropa sugerente y conversaciones vacías cuyos únicos fines son alardear de lo último que te has comprado, no desentonar o llevarte a la cama a tu interlocutor. Esto provoca que una gran parte de las personas que viven en pareja estén solas, porque no conocen al individuo con quien conviven para evitar el miedo a morir en soledad. Y otras muchas personas viven en soledad porque no han sido capaces de mostrarse al mundo tal y como son y encontrar al sujeto que se enamoraría de su personalidad.

Yo soy una persona solitaria por vocación. Disfruto paseando durante horas mientras voy en mi mundo (hasta el punto de que casi todas las semanas alguien me dice que me vio por la calle pero no le he saludado). Me puedo pasar todo el tiempo del mundo escribiendo, viendo cine, escuchando música o sintiendo el silencio con los ojos cerrados. Los eventos sociales me dan una pereza que crece cuanta más gente hay, más ruido rodea al lugar y más tardía es la hora en que empiezan.

Pero reconozco que a veces echo de menos interactuar con un determinado tipo de persona que sin duda existe pero que, al igual que yo, tiene algo de espectro sordomudo. En el fondo, una de las claves de la felicidad se encuentra en preferir la compañía adecuada a la soledad (aunque sin renunciar totalmente a ella, pues siempre es necesaria), y la soledad a la compañía que no es para ti. Igualmente importante es comprender el valor de esa compañía adecuada y otorgarle el respeto que se merece, lo cual implica avisarle antes de traicionarle, y evitarle la indignidad de abrazar un cuerpo que no es el que cree.