Nos lamentamos continuamente de la bajeza ética de nuestros gobernantes, de lo podrido que está el sistema... Pero ¿Quién no conoce -o es- a un oficinista que utiliza la impresora del trabajo para imprimir las entradas del cine, los apuntes de sus hijos o los billetes de avión? ¿A quién no le han ofrecido alguna vez realizar un pago 'en negro' en una tienda de muebles, de cocinas o de reparaciones a cambio de ahorrarse el IVA?
|
etiquetas: corrupción , ética , bienestar colectivo , sociedad
El problema es precisamente ese, que nos educan en casa y en la calle en que no hay una línea claramente definida y meridiana, que se puede torcer a voluntad (siempre que seamos nosotros o uno de los nuestros los que la crucemos, claro).
#2. Somos expertos en obviar la viga en el propio y ver pajitas en los ajenos a leguas...
Nosotros somos espabilados, aguilillas, zorros; los demás son cacos y corruptos, sobre todo los de la élite.
Las corruptelas de muy arriba y a mediana edad, parten de la infancia y adolescencia en las familias, los colegios, las pandas de amigos y las calles de bien abajo, no al revés.
Y no tienen mucho que ver con clases sociales ni ideologías, aquí mete la mano en la caja del pan todiós.
www.jrmora.com/blog/2016/10/14/la-corrupcion-somos-todos/
De todas maneras los límites los pone la ley, mientras unos cometen pequeñas faltas otros por su cuantía son graves delitos.
Y eso, pues no.
Insistís en el tema cantidades/gravedad de la falta-delito. Es un craso error.
No estamos hablando de legislación, sino de la ética personal o el sistema de valores que impulsa precisamente luego la elaboración de cualquier código de leyes.
La Ley no es más que un código a seguir que nos imponen desde arriba, un muro de contención para lo más grave; pero si no nos marcamos a nosotros mismos (nuestros padres en realidad) unas normas de convivencia, si no nos conducimos con honestidad, pasar de saltarse normas no escritas a leyes es una escalada fácil. Una cosa lleva a la otra, y la única diferencia entre el caco y nosotros es la percepción de la gravedad del hecho, por un lado, y que el corrupto sí tiene la oportunidad clara de delinquir con un beneficio grande y salir impune.
Si la única diferencia entre colarme en el metro, o llevarme material de oficina robado a casa, o robar todo el oro del Banco de España, es de cantidades, efectivamente somos todos unos cacos. Confundimos entonces gradación jurídica de faltas, delitos y penas con condición ética. Y encender el ventilador nos hace ver quienes somos en realidad, miseria humana: meterla doblada, colarse en la fila, engañar con manejos, estafar al seguro, hurtar, pedir subvenciones sin reunir requisitos, repartir tarjetas opacas, desviar fondos públicos, etc etc. Todo eso es deshonesto, es ventaja individual y menoscabo colectivo, importa poco la gravedad éticamente.
En el largo plazo, nadie progresa individualmente demasiado pero además somos una puta rémora para la sociedad, que progresa aún menos. Y eso no hay política ni ley que lo arregle.
Tampoco vamos a volvernos gilipollas.