Hace casi dos semanas, de regreso a Barcelona, hice la siguiente prueba: me imaginé que era un guiri que llegaba a la ciudad a pasar unos días de vacaciones. Y que, tal como entraba, me dejaría llevar por los carteles de direcciones para llegar al centro. ¿Resultado? Pobres aquellos extranjeros que no se hayan empollado antes los mapas de la A la Z porque pueden acabar hundidos en el mar.
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