La fama de Madoff se extendió entre los más pudientes, acaudalados inversores que incluso se hacían socios de clubs de campo de los que él era miembro para conocerlo y poner en sus manos sus fortunas. Porque Madoff se podía permitir el lujo de rechazar inversores. Y lo hacía. El sábado, en The New York Times, al menos dos millonarios relataban cómo habían rogado a Madoff que aceptara invertir su dinero, y uno de ellos, Robert Ivanhoe, reconocía que, tras ser rechazado, lo único que tuvo fueron más ganas de lograr ser uno de sus inversores.
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