¿Maleducados o mal educados? De hijos, padres y sociedades

Antes de tener hijos, si veía unos niños corriendo por un restaurante pensaba que estaban mal educados y que era culpa de los padres, que no lo habían hecho muy bien. No es que ahora piense que ese es un ejemplo de educación exquisita, pero lo veo con otra perspectiva. Tampoco es que deje que mis hijos hagan lo que quieran; es que hay veces que después de un rato es prácticamente imposible que se queden sentados y tranquilos una comida entera, aun usando varios recursos (pinturas, juegos, o incluso dibujos animados). Lo más sensato en mi caso es no llevarlos a restaurantes, pero alguna vez me he saltado la norma.

Estudié una carrera difícil, he tenido días duros en el trabajo, algunas situaciones difíciles en mi vida (no tantas, me siento afortunado)… Pero creo que lo más difícil en mi vida por ahora ha sido y es educar a mis hijos. Es un verdadero desafío y un aprendizaje constante.

Todos los niños son diferentes. Mis hijos son muy activos y muy intensos. Otros son más fáciles. Los niños son generadores y potenciadores de emociones; de las buenas y de las malas. Pueden ser capaces de llevar al límite a cualquiera.

Creo que he aprendido mucho de la paternidad: a mantener la calma (a veces); algo de autocontrol; a saber pasar las crisis o rabietas con cierta dignidad (a veces), a gestionar el balance autoridad-complicidad, a tener un repertorio de distracciones, a inventarme juegos en cualquier situación, a no estar muchas horas dentro de casa… Ahora sé que es importante estar descansado y ponerme por encima de mis frustraciones, porque que un día sea bueno o malo depende tanto de ellos como de mí mismo, aunque hace tiempo no me lo pareciera.

Pero una vez aparentemente superada (o más bien comprendida) la parte táctica, técnica y operacional, cabe cuestionarse de nuevo la estrategia, que ayuda a replantear todo. Y ahí es donde me doy cuenta de que por encima de todo, lo más importante es educar en valores y con el ejemplo.

He aprendido a reducir el número de líneas rojas, porque no puedo estar enfadado todo el tiempo, ni ellos castigados todo el día. Es más importante que me vean sonreír (no siempre es fácil, claro) y tratarlos con respeto, que imponer siempre lo que me parece a mí que es lo correcto. Tengo que pensar que soy afortunado, en vez de pensar en qué mala suerte por tener hijos tan activos. Se trata de un auténtico reto personal.

Creo que antes se educaba distinto. Se cuidaba y se trataba a los niños de distinta forma. En general, los hijos nos adaptábamos más a los planes de los padres. O al menos esa es mi percepción o impresión a partir de los recuerdos de cuando estaba al otro lado.

Hoy en día hay tantas expectativas, tanta preocupación por estimular y por no perder oportunidades, que al final a veces es contraproducente; los niños no saben aburrirse, juegan menos y tienen menos imaginación. Además se acostumbran a que el mundo gire a su alrededor y a que los padres seamos demasiado serviciales satisfaciendo algunos o muchos de sus caprichos.

Es muy difícil educar en un mundo con tal exceso de estímulos e información, de fácil acceso a todo, en el que una gran parte de las personas probablemente somos adictas en mayor o menor medida a la tecnología. No es fácil gestionarlo para los que hemos conocido otra cosa y nos hemos ido adaptando; y aún menos para los que han crecido con los grandes cambios de los últimos años.

Me atrevería a decir que el origen de muchos de los principales problemas de nuestra sociedad es la educación (o más bien la falta de ésta) y la crisis de valores. La corrupción se da en sociedades que la permiten, que premian al “listillo” que hace la trampa por encima del honesto (como algunos niños dicen, eso está mal). Los problemas territoriales surgen en lugares donde se ve a los demás como “otros”, criticando lo que es diferente, en vez de apreciar la riqueza de la diversidad y ver a los demás como "iguales" (como los niños hacen amigos en los parques). Los problemas de desigualdad se dan en sociedades no suficientemente solidarias (como decimos a los niños, hay que saber compartir). El individualismo y el consumismo se dan fundamentalmente en sociedades (o sectores de éstas) que premian más la competitividad que la cooperación (lo más importante no es ganar) y donde no se valora lo que se tiene. Por eso los padres tenemos que preocuparnos por hacerlo bien.

Mis padres me hicieron ver lo importante que es la educación. Mi padre me enseñó un refrán en inglés: “To be polite is to do and say the nicest things in the nicest way”[1]. Mi madre también me enseñó a intentar aplicarlo, con su ejemplo todos los días.

Lo más importante de la educación -en mi opinión- no es saber unas maneras de comportarse en un restaurante (aunque obviamente hay que intentar no molestar) sino tener empatía y ser amable y agradable con los demás; e intentar formar una sociedad de la que nos podamos sentir orgullosos, en la que nos ayudemos unos a otros en lo posible. Y para educar bien a nuestros hijos, sobre todo tenemos que darles buen ejemplo, que no siempre es fácil. Ese es mi principal objetivo y reto personal.

También intentaré que mis hijos no corran por restaurantes, pero en eso no me atrevo a prometer ningún éxito...

Espero que seamos capaces de educar bien a nuestros hijos; por ellos, por nosotros y por nuestra sociedad presente y futura.

[1] Encontré una cita similar con “kindest” en vez de “nicest”, que viene a ser lo mismo.