El monte se ha convertido, o se está convirtiendo, en una especie de gimnasio gigante. Hay una religión moderna de la ascesis de la que el gimnasio es el templo, y el monte se está convirtiendo en la versión gigante y al aire libre de ese templo. El montañero que corre desplaza al que anda. La velocidad se impone sobre la no velocidad. Se imponen. Primero ellos y su reto, su desafío, y luego los demás, y si te cae una piedra, te jodes. El running impone su presencia.
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«Yo, personalmente, soy un dominguero del monte: solo me gusta ir cuando hace sol, cuando no hace demasiado frío ni viento y hay suficientes horas de luz. Pero si tuviera que citar qué me anima a madrugar para ir a la montaña, dudaría seriamente entre las vistas y la comida. El disfrute del banquete de la cumbre. Hoy, sin embargo, parece que muchos han pasado del queso y el vino al sobre de gel…»
Lo del banquete de cumbre no puede ser más cutre y opuesto a la mentalidad y hábitos del montañero serio, sea lento o rápido. El banquete no es parte del objetivo, es el impuesto que se paga (después) por mantener el cuerpo en funcionamiento. También será de los que sale a la montaña para justificar las tres cervezas de después. Es el "Uphill Homer Simpson".