La relación entre el suicidio del hijo de un jerarca nazi y la muerte de un sargento negro en EEUU

Himmler ideó las nápolas con el objetivo de crear perfectos jóvenes arios. Para entrar en esos internados era esencial gozar de una absoluta pureza racial, y quienes lo hicieran recibirían una formación integral (física y mental) para transformarse en los "hombres del futuro" con que soñó Hitler. La gimnasia era uno de los pilares de las nápolas, para que todos los internos tuviesen los cuerpos fuertes y atléticos propios de una raza superior (en contraposición con la obesidad mórbida de Göring y el raquitismo y la cojera de Goebbels...todas las dictaduras tienen sus contradicciones).

En cuanto a la "formación intelectual", los internos recibirían un completo lavado de cerebro destinado a convencerles de que 1) su deber supremo es obedecer al Führer, pues no son individuos sino células de un cuerpo del que él es cabeza; 2) su pertenencia a la raza superior les da carta blanca para cometer cualquier abuso contra las razas inferiores o los desviados que, siendo alemanes, traicionen al Führer. Hay que evitar la peste del pensamiento divergente, que divide al pueblo y le lleva al desastre moral y económico que había antes de la llegada de Hitler; 3) los sentimientos como la compasión son propios de especímenes inferiores y 4) la esencia de la raza aria es la fortaleza física, unida a un carácter fiero y temible. La inteligencia no vale nada en comparación con la capacidad de conquista, que precisa un carácter despiadado y una fuerza demoledora para ejecutarse. Sólo los fuertes sobreviven, y se ganan el derecho de hacer lo que quieran con los derrotados.

Vivía en una de esas nápolas el hijo de un líder provincial nazi. Adoraba la poesía, era profundamente sensible y valoraba cada vida humana por igual. Los "profesores" de la nápola le trataban bien por su ascendencia, pero le despreciaban profundamente. Una noche, un grupo de prisioneros judíos escaparon, y los jóvenes de la nápola recibieron fusiles para cazarlos. Su padre dirigía la cacería. Cuando capturaron a un grupo de adolescentes judíos, su padre le ordenó que les disparase en la cabeza. Él se negó pese a sus terribles presiones, y al final fue otro de sus compañeros quien acabó ejecutándolos.

Al día siguiente, les ordenaron ir a un lago helado para hacer ejercicios de gimnasia extrema. El profesor hizo dos agujeros, y cada alumno debía entrar por uno y alcanzar nadando bajo el hielo el otro. El hijo del jerarca nazi entró y nunca salió. Había decidido morir bajo el hielo porque el mundo de horrores en que le había tocado vivir era demasiado para él, y no había visos de que fuese a terminar.

Pocos años después, un sargento negro apareció muerto cerca del cuartel norteamericano donde prestaba servicios. Era una zona sureña profundamente racista, y en aquellos tiempos la propaganda sobre la superioridad racial estaba en todo su apogeo en EEUU. Los negros no podían votar, ni sentarse en las zonas reservadas para los blancos dentro de los autobuses, ni entrar en sus restaurantes...y todas esas medidas eran fruto de una ideología perversa que, desde los diversos gobiernos norteamericanos, se inculcaba a la población. No era de extrañar que los mandos del cuartel odiasen profundamente a los negros, siendo sospechosos de su muerte.

Se hizo una investigación y sucedió que, finalmente, el sargento negro había muerto a manos de un soldado de su misma raza. El sargento era una bestia despiadada que sometía a los soldados bajo su mando (todos negros obviamente) a las peores vejaciones, y uno decidió tomarse la justicia por su mano. El sargento, previamente y antes de alcanzar su rango, había sufrido todo tipo de golpes, insultos y humillaciones por parte de sus superiores blancos. Y se había acabado convirtiendo, a fuerza de torturas, en un torturador. Todo el veneno que habían vertido sobre él, toda la lógica del abuso de poder y la degradación de quien está por debajo de ti, anidó en sus entrañas y le convirtió en un monstruo a imagen y semejanza de sus verdugos.

El hijo del jerarca nazi era demasiado humano para vivir en la nápola. El sargento negro y quienes le convirtieron en lo que era, por el contrario, se habrían integrado perfectamente en ella. Si dejamos aparte el irrelevante factor del color de piel, claro.

Podéis disfrutar de las dos historias que os he contado viendo las películas "Nápola" e "Historia de un Soldado". Las dos nos dan un mensaje que, de ser escuchado, podría corregir una de las mayores estupideces que, siglo tras siglo, ha cometido el ser humano: la simplificación y generalización. No hay mayor imbecilidad que afirmar que "todos los (independentistas, comunistas, feministas, judíos, católicos, negros...) son...". Porque no lo son. Hablamos de personas con motivaciones, caracteres, sentimientos...totalmente distintos. El hecho de que formen parte de un colectivo es circunstancial, pues sus motivaciones para hacerlo pueden ser radicalmente distintas.

Un independentista puede querer irse de España porque crea que la raza catalana es superior. Otro puede querer irse porque desea un país desarrollado y moderno y cree que en España no puede tenerlo. Una feminista puede creer que la mujer es genéticamente superior al hombre y todos los hombres son maltratadores. Otra puede desear, simplemente, protección frente al maltrato y la discriminación, a fin de lograr una igualdad real entre hombres y mujeres. Un católico puede querer que la homosexualidad esté prohibida. Otro puede limitarse a pedir que le dejen vivir conforme a su religión y no le insulten por ello, pero respetando la libertad de todos los demás a vivir conforme a sus convicciones.

La estúpida simplificación es perfecta para generar conflictos y fortalecer a los más radicales del bando que tengas enfrente, volviendo inevitable el enfrentamiento abierto. El análisis de los individuos que componen el bando al que te enfrentas, y el planteamiento de proposiciones destinadas a convencerles de que se aparten de los más fanáticos y apuesten por un acuerdo que satisfaga a la mayoría, es la mejor forma de solucionar los problemas. Porque todo bando se compone de personas, y la seducción de la parte razonable que lo integra, es la manera idónea de derrotar a quienes merecen ser derrotados.