Sacrificando vidas no se salva la economía (y viceversa)

De todos los debates que leo aquí y en otros foros, este es el que más me irrita: la elección entre las vidas y la economía. Al principio pensaba que la discusión la sostenían los bobos que abundan en todas partes (no en vano la mitad de la población, aproximadamente, está por debajo de la inteligencia media), pero con el tiempo he comenzado a darme cuenta de que se trata de maldad.

Y es raro. Porque, como norma general, todo lo que pueda ser atribuido a la estupidez no debe ser atribuido a maldad. Sin embargo en este caso, son tan burdos los intentos de señalar al otro, de deshumanizarlo, de mancharlo en suma, que tengo que pensar que este debate se origina en la inquina, el rencor y el cainismo.

Sacrificando vidas no se salva la economía. Y menos aún la española, en la que un 14% del PIB depende del turismo y otro 6% dela hostelería. Estos dos sectores, por sí solos, suman una quinta parte de nuestra riqueza. Si la gente tiene miedo, dentro y fuera de nuestras fronteras, si las noticias que se propagan componen una imagen catastrófica, ¿quién va a venir a nuestro hoteles? ¿Quién se va a arriesgar a ir a los bares?

Si los empleados de una empresa, de una cualquiera, enferman y se cogen una baja que puede durar dos meses, eso es terriblemente malo para la empresa. Y no hablemos ya de las empresas que producen en cadena o de las que tienen, casi todas, procesos críticos que, detenidos, paralizan el resto de la actividad.

Sacrificar vidas y mirar para otro lado no ayuda absolutamente nada a la economía. Es una ruina como el sombrero de un picador. Es una actitud psicópata y estúpida.

Sacrificando la economía no se salvan vidas. Porque la economía no es el IBEX, ni los futuros, ni la prima de riesgo. La economía es el pan de la gente, sus proyectos, sus deseos y el sentido de su existencia. Al menos para los que no son tan primarios como para reducir sus deseos a un mendrugo, un colchón y un revolcón de vez en cuando. Si se destruyen los proyectos vitales de la gente, si el estudiante tiene que dejar sus estudios, si el hijo tiene que emigrar y el padre malvivir, si los novios se separan y las empresas se cierran, habrá también muchas muertes. Si la sociedad que genera los recursos paras la sanidad se rompe, se rompe la sanidad. Se rompe la educación. Se rompe la seguridad en las calles y se rompe la justicia.

A lo mejor la destrucción de la economía le da una satisfacción a los que quieren ver el mundo arder, o a los que disfrutan, desde su situación segura y/o acomodada de ver cómo los demás lo pasan mal o pierden el fruto de años de esfuerzo. Pero esa gente, la que disfruta con estas cosas, ni quiere salvar vidas ni le importa sacrificarlas.

Lo malo, no obstante, es que el debate se mantenga a veces en esos términos. En esos casos es cuando uno llega a preguntarse si hay algo que merezca la pena salvar. Porque a lo mejor ni lo uno ni lo otro.

Que paguen los ricos, y que paguen lo que quieran.