Las intervenciones y agresiones armadas protagonizadas por la OTAN han tenido el efecto letal de promover –a niveles insospechados- el integrismo y el fanatismo religioso. Su primer laboratorio fue el Afganistán ocupado por la URSS, en 1979, donde la CIA prohijó a los hoy aborrecidos talibanes. Después destruyeron las dictaduras laicas de Iraq y Libia, para dejar los países sumidos en guerras civiles sectarias y religiosas. Las bombas de la OTAN han multiplicado los fundamentalismos religiosos con mayor efectividad que nadie
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