Teoría del valor (III): cristianismo, medievo y escolástica

“Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?, ¿y qué son las bandas de ladrones si no pequeños reinos? […] Por ello, inteligente y veraz fue la respuesta dada a Alejandro Magno por un pirata que había caído en su poder, pues habiéndole preguntado el rey por qué infestaba el mar, con audaz libertad el pirata respondió: por el mismo motivo por el que tú infestas la tierra; pero ya que yo lo hago con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti porque lo haces con formidables ejércitos, te llaman emperador.” (San Agustín, “La Ciudad de Dios”, 412-426 d.C.)

En el primer artículo de esta serie, “Teoría del Valor (I): Aristóteles”, destacamos como los primeros estudiosos de la economía centraron su interés sobre el tema del valor sólo en tanto este se relacionaba con la idea de justicia; la economía no pasaba de ser una parte del estudio de la moral y ética. Por otro lado definimos la diferencia entre valor de uso y valor de cambio, para finalizar viendo el concepto de valor para Aristóteles, pensador esencial y de gran influencia para el asunto que trataremos en esta tercera entrega: abordaremos el concepto de valor para el pensamiento cristiano mediaval, pensamiento que dominará occidente hasta la llegada del Renacimiento con sus profundos cambios en la concepción universal. Lo haremos en especial a través de las figuras de los doctos: San Agustín como primera gran referencia y los escolásticos europeos a continuación (San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Scoto, San Bernardino). Dejaremos para un próximo artículo la escuela de Salamanca, de otra manera temo que este artículo pecará de largo.

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Es conocido que cualquier doctrina imperante tratará de subordinar a si misma todas la faceta de la vida. Es en la posibilidad del establecimiento y difusión de una moral y una ética determinada, es en la capacidad de conformar ese “común” a los diferentes individuos de un grupo, dónde se bate el triunfo o fracaso de esa doctrina; pues de la moral y la ética que se imponga nacerá nuestra idea de justicia, siendo su reflejo más directo la legislación y la economía. Si bien sabemos que las dinámicas de poder son semejantes a lo largo de la historia en lo básico, aquí una revisión materialista se hace necesaria, bien es cierto también que estas son compartidas por los individuos bajo una simbología y subjetividad .

San Agustín de Hipona.

A este respecto, el triunfo y llegada al poder del cristianismo primitivo supondrá profundos cambios en el pensamiento económico: en el acervo cristiano la felicidad no dependerá de lo terrenal sino de lo espiritual. El occidente conocido abrirá paso a esa extraña dualidad propia de las religiones espirituales: simbólicamente abandonará el culto a lo material, propio y publico en el pensamiento romano, mientras objetivamente seguirá aferrada a este; como decíamos más arriba quién establece la moral y la ética poco más debe hacer para imponer su doctrina. Y como la doctrina la imponen los doctos, nadie mejor que estudiar la enorme obra de San Agustín de Hipona (354 – 430 d.C.), primer gran filósofo del cristianismo,  para entender las bases de la idea de valor cristiana.

San Agustín verá en el infinito apetito de riqueza y en la acumulación de propiedades un eterno conflicto con lo necesario para la salvación del alma cristiana. Sólo una correcta jerarquización de valores y principios morales sería así capaz de conciliar diferentes intereses contrapuestos en el intercambio; toda su obra económica girará entorno a esta idea; la siguiente cita sirve de resumen:

El día fijado se reunió una gran multitud silenciosa y expectante, y se cuenta que les dijo: "Queréis comprar barato y vender caro". Aquel actor, bien como resultado de su propio examen o de observar la experiencia ajena, llegó a la conclusión de que el deseo de comprar barato y vender caro es muy común a todos los hombres [...]. Ciertamente es un vicio [...]. Yo mismo conozco a un hombre a quien se le ofreció un libro; vio que el vendedor desconocía su valor, y por eso pedía tan poco por él y, sin embargo, ese hombre dio al vendedor, ignorante como estaba, el justo precio, que era muchísimo mayor. Hemos conocido a personas que, movidas por motivos humanitarios, han vendido barato a sus conciudadanos trigo por el que habían pagado un alto precio.”

Dos puntos subyacen ya sólo de la lectura de esta cita:

1 – Qué para San Agustín existe una tendencia en los hombres a enriquecerse en base al aumento del valor de cambio para los capitales (“Queréis comprar barato y vender caro”). De nuevo, al igual que Aristóteles, nos encontramos con un pensador que no centrará su obra en la forma de cómo se producen los bienes y de cómo se da su distribución, sino que su preocupación será de carácter ético y moral. La posesión y uso de los bienes materiales es de segunda importancia respecto a las acciones morales, la posesión de los bienes al parecer no es el centro del problema sino el excesivo deseo de ellos. De hecho, la avaricia como “pecado capital” sería fijado por el asceta Evragio el Póntico en el S. IV (contemporáneo a San Agustín).

2 - Que hay implicita una noción “objetiva” del valor de cambio al afirmar: "[...] ese hombre dio al vendedor, ignorante como estaba, el justo precio, que era muchísimo mayor..[...]", pues sólo a partir de la objetividad en el valor de algo se puede decir que “existe un justo precio” (si para San Agustín el valor de cambio fuera subjetivo, ningún precio, ni bajo ni alto, sería injusto).

 En la siguiente cita podemos observar como San Agustín describe el valor de uso, y como es en el valor de uso y no de cambio dónde acepta la subjetividad del valor:

“[...] cada cosa recibe un valor diferente proporcionado a su uso. Por esta razón, atribuimos más valor a algunos objetos insensibles que a otros sensibles. Tanto es así, que si de nosotros dependiera nos gustaría eliminar cosas vivientes del orden de la naturaleza, bien sea porque no sabemos qué lugar ocupan en el esquema de la naturaleza, o bien porque, si lo sabemos, las valoramos menos que a nuestra propia conveniencia. ¿Quién no prefiere tener pan en su casa en lugar de ratones, o dinero más que moscas? Pero, ¿por qué sorprendemos cuando en el valor que se asigna a los hombres mismos, cuya naturaleza es ciertamente de suprema dignidad, un caballo resulta con mucha frecuencia más caro que un esclavo o una joya más preciosa que una sirvienta? Puesto que cada hombre tiene el poder de formar su mente como desee, hay poco acuerdo entre la elección de un hombre que tiene necesidad de un objeto y del que ansía su posesión solamente por placer”.

Preocupación por la justicia en el intercambio, diferenciación entre valor de uso y de cambio, idea objetiva del valor de cambio y subjetiva del valor de uso... los paralelismos entre el pensamiento económico aristotelico y agustiniano son evidentes. Y de igual manera que el griego, San Agustín tampoco entrará a explicar como se establece el valor, como indicábamos con anterioridad la preocupación de San Agustín por el valor sólo existen en cuento roza esto con la moral y ética cristiana.

Los escolásticos

Cerca del año 1.300, el pensamiento cristiano avanzaría con las importantes contribuciones de los llamados escolásticos. Con Santo Tomás de Aquino a la cabeza se completaría la fundamentación feudalista, que llegaría hasta el nacimiento del mercantilismo alrededor del año 1.600. La economía feudal se caractarizaría por sus rasgos agrícolas dónde la “costumbre”  jugaría un papel fundamental: la división social en siervos, terratenientes, realeza y clero. Ya que el derecho divino de propiedad recaía sobre el rey, y era este quién repartía la tierra entre nobleza y servidumbre, era necesario un “árbitro” que equilibrase el choque de intereses; es aquí dónde el trabajo de la iglesia a través de la escolástica cobra importancia en lo referente a la economía y la legislación: el poder evangelizador de la iglesia enseña que relevarse contra la autoridad ponía en peligro la salvación del alma. Los escolásticos fueron principalmente monjes que se dedicaron a escribir reglamentaciones coherentes con las doctrinas religiosas , y que por supuesto ordenarían el comportamiento económico, centrando principalmente su atención en la discusión sobre la propiedad privada, el precio justo por el intercambio y la usura. Para la escolástica sería de gran influencia el pensamiento aristotélico (dominicanos) y platónico (franciscanos), y mucho del trabajo de doctos como Santo Tomás de Aquino sería amoldar los textos bíblicos al pensamiento de estos dos griegos, pues ¿como justificar la existencia de propiedad privada, riqueza y ganancia económica con unos textos sagrados dónde se condena esa misma propiedad privada,la usura y dónde la propiedad comunal era el estilo de vida de Jesús y sus apóstoles?  Vemos de nuevo como quién controla la moral y la ética de una sociedad controla la legislación y economía.  Todo esto se entiende mejor si pensamos que el clero sería actor principal en la economía: el clero en su conjunto será el mayor terrateniente, y de hecho gracias a la formación de los clérigos sus tierras serían las mejor administradas.

San Alberto Magno.

San Alberto Magno (Alberto el Grande, 1193 – 1280 d.C.) perteneció a la orden dominicana y fue un gran estudioso del pensamiento aristotélico, siendo sus “comentarios” a las obras de Aristóteles uno de sus trabajos más destacados. No es así de extrañar que para San Alberto la idea del “justo precio” de Aristóteles fuera la correcta:

“Hay siempre un justo término medio entre el beneficio y la pérdida. Este término medio se conserva cuando en un contrato voluntario la situación antecedente es equivalente a la consecuente, es decir, antes y después del contrato. Una capa, por ejemplo, tenía antes del contrato un valor de cinco; si se recibieron cinco por ella, la situación consecuente al contrato es la misma que la antecedente. Nadie puede quejarse, por lo tanto, de haber sido perjudicado [...]. Tal cambio, sin embargo, no tiene lugar a través de una igualdad de las cosas intercambiadas, sino más bien de acuerdo con el valor de una cosa en proporción relativa al valor de la otra con la debida consideración de la necesidad que es la causa de la transacción.”

San Alberto  añadirá a la visión aristotlélica un criterio para saber cómo determinar “el justo término medio” (el justo valor). La siguiente cita parece remitirnos al “costo de producción” como la medida que determinaría la “justicia en el intercambio”:

De acuerdo con este análisis, el carpintero debe recibir el producto del curtidor y, a su vez, dar a éste lo que conforme a un intercambio justo le pertenece [...], y cuando no se conserva esta igualdad no se mantiene la Comunidad. Verdaderamente, todo podría venirse abajo si el que hace un contrato por tantas mercancías de tal tipo no recibe una cantidad y calidad similar, ya que no se puede construir un Estado con un solo tipo de trabajadores. Por lo tanto, el cambio no se hace propiamente de modo absoluto, sino comparando su valor de acuerdo con su uso y necesidad: de otra forma no sería un intercambio.”

Un intercambio sería así “justo” siempre que el costo de producción de lo que se reciba compense el costo de producción de lo que se da; San Alberto encuentra en esta compensación la base del intercambio económico necesario para la creación y existencia de sociedades (“todo podría venirse abajo si el que hace un contrato por tantas mercancías de tal tipo no recibe una cantidad y calidad similar”).  De nuevo emerge la idea de la existencia de “valor objetivo”. Por otro lado, notesé como en estas dos anteriores citas San Alberto introduce “la necesidad” como motivador del intercambio (podríamos de aquí entender que es la “necesidad de uso” lo que motiva el intercambio)... en cualquier caso tampoco nos explicará como se determina el valor y el precio de las mercancías, de nuevo para San Alberto el valor sólo es importante en cuanto este relacionado con la justicia.

Santo Tomás de Aquino.

Discípulo de San Alberto,  Santo Tomás de Aquino (1.225 – 1.274 d.C.) tratará el tema del valor y precio principalmente en dos de sus obras,"Suma Teológica” y “Comentarios a la “Ética de Nicómaco” (la importancia de Aristóteles en su pensamiento queda así claro sólo al ver el título de esta obra). Santo Tomás intentará realizar un giro en el pensamiento cristiano de ascendencia agustiniana, tomando como objetivo explicar que la búsqueda del lucro, el cobro de interés y la propiedad privada no son incompatibles con la salvación, tal y como eran condenados hasta entonces por la iglesia. Para ello partirá de la cuestión de la “justicia en el intercambio”:

“Pues es preciso, para que haya una justa conmutación, que sean dados tantos pares de zapatos por una casa o por el alimento de un hombre, cuanto el constructor o el agricultor excede al zapatero en trabajo y gastos. Si esto no se observa no habrá conmutación de las cosas ni los hombres intercambiarán sus bienes entre sí [...] Por tanto si se encontrará una igualdad según proporción, de modo tal que se pongan por un lado tantos zapatos contra una casa (ya que muchos más gastos realiza el constructor al hacer una casa que el zapatero al hacer un par de zapatos) [...] si el agricultor diera un modio de trigo por un par de zapatos habría en la obra trabajo excesivo y habría también exceso de daño, porque querría dar más de lo que recibe.”

En línea con su maestro San Alberto, para Santo Tomás un intercambio justo será aquel que compense los costos de producción de la mercancía a intercambiar. De igual manera, Santo Tomás apoyaría una “teoría objetiva del valor de cambio”, ya que sólo a partir de la objetividad puede existir un valor de costo de producción que determine lo justo o injusto de un intercambio.

Una vez aclarado por Santo Tomás cuando un intercambio es justo, se preguntará si la ganancia económica a través del intercambio es justa, o en sus palabras “si puede alguien lícitamente vendar una cosa más cara de lo que vale”. Se pregunta si es licito vender un producto más caro de su costo de producción, distinguiendo dos tipos de comercio 1) natural o necesario, que es que aparece cuando una persona entrega algo que posee y no necesita (no tiene valor de uso para el individuo) a cambio de otra que necesite y 2) para obtener lucro, que aparece cuando se compran mercancías con el único objetivo de venderlas para obtener dinero (algo cercano al concepto de capital):

"[...] la segunda especie de cambio es la de dinero por dinero u objetos cualesquiera por dinero, no para subvenir a las necesidades de la vida, sino para obtener algún lucro, y este género de negociación es, propiamente hablando, el que corresponde a los comerciantes. Según Aristóteles, la primera especie de cambio es laudable, porque responde a una necesidad natural; mas la segunda es con justicia vituperada, ya que por su propia causa fomenta el afán de lucro que no conoce limites, sino que tiende al infinito. [...]"

Santo Tomás retoma y reconoce así la preocupación de San Agustín por el “infinito apetito de riqueza”, ¿como validaría entonces Santo Tomás esta tendencia al infinito lucro?:

[...] el lucro, que es el fin del tráfico mercantil, aunque en su esencia no entrañe algún elemento honesto o necesario, tampoco implica nada vicioso o contrario a la virtud. Por consiguiente, no hay obstáculo alguno a que este lucro sea ordenado a un fin necesario o aún honesto, y entonces la negociación resultará lícita. Así ocurre cuando un hombre destina el lucro que adquiere comerciando al sustento de su familia o también a socorrer a los necesitados, o cuando alguien se dedica al comercio para servir al interés público; esto es para que no falte a la vida de la patria las cosas necesarias, pues entonces no busca el lucro como un fin, sino como una remuneración de su trabajo”.

El lucro es justo o no según el fin para el que sea empleado. Encontramos así en la doctrina de Santo Tomás un profundo cambio en el ideareo económico cristiano, es a partir de aquí dónde nace esa necesidad, tan propia del cristianismo que conocemos hoy, de “publicitar la caridad”: la donación al necesitado, el mecenazgo a obras religiosas, la creación de hospitales de caridad y escuelas de pobres, etc... no son otra cosa que demostraciones necesarias (y muchas veces inconscientes) de aquellos cristianos que ostentan la riqueza con el fin de intentar mostrar “el buen fin de su lucro”... De nuevo vemos como quién controla la moral y la ética impone su doctrina a su interés, más allá de la literalidad de sus escritos.

Debemos de igual manera recordar que Santo Tomás no definirá que es “lucro” y qué no, de igual manera que no entraría a preguntarse como se determina el valor de algo.

Los escolásticos del S. XIII al XVI:  John Duns Scoto y San Bernardino de Siena.

Son varias las aportaciones de interés que algunos escolásticos sumarían a la idea de valor a partir de la obra de Santo Tomás. A continuación trataremos, en forma muy breve el pensamiento económico de estos en cuanto al valor. Legitimar al comercio, el lucro y conceptualizar el “riesgo empresarial” serán nota común a todos ellos.

John Duns Scoto (1265 – 1308).

Profundizará en la doctrina de Santo Tomás y en la justificación del “lucro” en base a su fin. Elevará el trabajo del comerciante a necesario para la sociedad, a la vez que defenderá el aumento del valor de cambio para los capitales. Adelantará el concepto de “riesgo empresarial”: 

“Además de las normas dadas anteriormente [las de San Agustín y Santo Tomás] sobre lo que es justo y lo que no lo es, yo añado otras dos. La primera es que el intercambio debe ser útil para la comunidad, y la segunda es que tal persona debe recibir en el intercambio una recompensa por su diligencia, prudencia, interés y riesgo. Esta segunda regla se deduce de que todo aquel que sirve a la comunidad honestamente debe vivir de trabajo. Pero el que almacena mercancías es también útil y necesario a la comunidad y debe, por lo tanto, vivir del producto de su trabajo. Y, por otro lado, un hombre puede vender su esfuerzo y su atención por un justo precio. Pero el hombre que transporta mercancías de un país a otro tiene que desplegar una gran actividad, ya que debe investigar los recursos y las necesidades del país. Por lo tanto, puede fijar un precio correspondiente a su trabajo que supere lo estrictamente necesario para su mantenimiento y el de aquellos que trabajan bajo sus órdenes, y también una cantidad que lo compense por el riesgo que corre; puesto que si transporta o custodia mercancías (en un almacén, por ejemplo), lo hace a su propio riesgo, y es justo que en virtud de ese riesgo esté titulado para recibir una recompensa. Y esto resulta especialmente cierto si de vez en cuando surge alguna pérdida, de la que no es en absoluto culpable, en este servicio a la comunidad; ya que un mercader dedicado al transporte pierde de tiempo en tiempo un barco cargado de porcelana fina, y el encargado de su custodia pierde ocasionalmente en un fuego accidental las valiosas mercancías que almacena para el uso de la comunidad. De estas dos condiciones, que son requisito de la justa transacción, se deduce, de modo evidente, que algunos reciben la denominación de negociantes en sentido vituperado: son aquellos que ni transportan ni almacenan, ni mejoran con su trabajo un artículo vendible, ni garantizan el valor de algún objeto de venta, o los que carecen del necesario conocimiento para poderlo valorar por sí mismos. Estas gentes, que tan sólo compran para vender inmediatamente bajo ninguna de las dos condiciones previamente expuestas, deberán ser eliminadas por la comunidad y exiliadas. Tales personas son denominadas regratiers por los franceses porque evitan el intercambio sin trabas de aquellos que desean comprar o realizar una transacción económica, y como resultado encarecen el precio de un artículo vendible y usable, tanto para el comprador como para el vendedor. De este modo, el contrato es defectuoso para ambas partes.”

Destaca la enérgica condena de Scoto a aquellos que no aportan valor a la transacción. A este respecto historiadores económicos como Raymond de Roover proponen a Scoto como el fundador de de la idea del “valor basado en la utilidad social”: el precio “justo” sería determinado por la necesidad y ausencia del producto en el mercado, algo diferente a la idea de “valor de costo de producción” propia de Santo Tomás. En cualquier caso esta interpretación sigue siendo muy debatida hoy en día, y no debería ser confundida con teorías de “valor de mercado”; los escolásticos siempre fueron partidarios de la fijación de precios por la realeza: la diferencia estriba en “qué” debería ser lo que el rey tendría que tener en cuenta para marcar el precio: el “costo de producción” o el de “utilidad o necesidad”. 

San Bernardino de Siena (1380 – 1444).

El trabajo de San Bernardino en cuanto a la economía destaca por haber entendido las dinámicas del mercado que lo rodeaba, pudiendo así realizar una “sistematización” de la economía contemporánea a su vida. Su obra “Sobre los contratos y la usura (1433)” es en muchas ocasiones expuesta como una de las primeras obras con un claro espíritu “económico”: de nuevo la justificación del comercio, de la propiedad privada, del lucro y la condena a la usura continuarán con el trabajo emprendido por Santo Tomás de Aquino. En cuanto al valor y el precio, algunos historiadores económicos ven en la obra de San Bernardino uno de los primeros anticipos de la teoría de la  “utilidad subjetiva del valor”. Detalla que el valor de un bien dependerá de tres factores:

1)       “Virtuositas” o esencia que hace referencia a las características intrínsecas del bien.

2)     “Raritas” o escasez: a mayor escasez de un bien mayor su será su valor.

3)     “Complacibilitas”: su capacidad de satisfacer las necesidades humanas.

“Virtuositas” y “complacibilitas”  merecen una pequeña reflexión, ya que se tratá de dos conceptos que anticipan lo que será a partir de mediados del S. XIX una de las batallas en el pensamiento económico de mayor calado en cuanto al valor.  Para San Bernardino “virtuositas”  hace referencia a una característica intrínseca del objeto, es algo que está en las cosas, y por tanto de un valor “objetivo”, mientras que con “complacibilitas” parece referirse al valor de uso de los bienes u acciones, que en algunos casos podría ser subjetivo.

Por otro lado “Raritas” adelantaría también las teorías autríacas jevonianas de la oferta, demanda y coste: el coste del trabajo, la habilidad necesaria y el riesgo tomado no afectan directamente al precio, pero sí a la oferta de la mercancía, por lo que los bienes u acciones que requieran mayor esfuerzo para ser producidas tenderán a ser más caros. Notesé como esta idea se aleja de las teorías de coste-valor para aproximar este valor a la oferta y demanda:

“El agua es generalmente barata donde es abundante. Pero puede ocurrir que en la montaña, o en otro lugar, el agua sea escasa, y no abundante. Puede muy bien ocurrir que el agua sea mucho más estimada que el oro, si el oro es más abundante en este lugar que el agua.”

En cuanto al precio dice San Bernardino:

“El precio justo [...] [será] la estimación hecha en común por todos los ciudadanos de una comunidad [y] el precio conforme a la estimación de la plaza; es decir, el valor de la cosa que se quiere vender, que comúnmente se estima en un determinado tiempo y lugar; y cuando un individuo transfiere mercancías de un sitito a otro, puede venderlas al precio de este lugar».

En línea con Scoto defenderá San Bernardino la idea del “valor como utilidad social”.

De la obra de San Bernardino algunos extraen que en cierta forma se acerca a una teoría de la utilidad marginal. Sin embargo, y siendo un escolástico, lo cierto es que estudiaba la formación de los precios para que los príncipes pudiesen fijar estos con más exactitud, aconsejando tener en cuenta los costos de producción y el grado de existencia de los bienes en el mercado.

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La obra escolástica es enorme, y otros autores escolásticos de interés para el tema que nos ocupa pudieran ser "San Antonio de Florencia", "Johannes Buridanus" o " Pedro Juan de Olivi" entre otros, si bien debido a la limitación que un artículo de estas características exige hemos decidido no mencionarlos en detalle ya que parte de su pensamiento se recoge ya en los autores expuestos en más detalle. Dejamos al lector curioso que investigue si fuera su deseo.

En próximos artículos de esta serie trataremos la idea de valor para la "Escuela de Salamanca", el Renacimiento y el protestantismo.

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Guía de artículos de esta serie:

“Teoría del Valor (I): Aristóteles”: destacamos como los primeros estudiosos de la economía centraron su interés sobre el tema del valor sólo en tanto este se relacionaba con la idea de justicia. Por otro lado definimos la diferencia entre valor de uso y valor de cambio, para finalizar viendo el concepto de valor para Aristóteles.

"Teoría del Valor (II): el valor, ¿objetivo o subjetivo?": Se presentan estas dos visiones sobre el valor contrapuestas y motivadoras del debate político- económico desde mediados del S, XIX.

"Teoría del Valor (III): cristianismo, medievo y escolástica": Se presenta la fundamentación económica propia del cristianismo y el feudalismo a partir de sus principales doctores.