“Lo vi. Le oí llorar”, recuerda Carmen. “Me extrañó que, como en los dos partos anteriores, no me lo pusieran sobre el pecho. Se lo llevaran enseguida y después me durmieron. Cuando me desperté en la habitación, una matrona me dijo: ‘Te tengo que dar una mala noticia: el bebé se ha muerto’. Me puse a llorar: ‘Pero ¿qué ha pasado? ¡Quiero verlo!’ y entonces me dijo: “Anda, no llores. Al fin y al cabo es lo mejor que te podía pasar".
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