La vida es demasiado corta para luchar

Desde los años ochenta hasta mediados de la década de los 00, España creó y aplicó políticas que le permitieron edificar la mayor mejora del ascensor social de toda Europa, o lo que es lo mismo, el país donde más fácil era pasar de una clase social peor a una mejor.

Hoy, el ascensor social está roto. No se trata ya de que nuestra generación vaya a vivir peor que nuestros padres, sino que si en 1990, un joven que nacía en una familia de clase social baja tenía un 38% de posibilidades de subir un escalafón en el nivel salarial, ahora esas posibilidades no llegan al 10%, según García Altés (INFORME SESPAS).

En los 80, el ascensor social español se vigorizó a través de políticas sociales, impulsado por unos fuertes sindicatos, la lucha obrera y una vocación de diálogo social entre Estado y trabajadores.

Hoy, España es el único país de la UE y uno de los pocos del mundo, que tiene a más personas en riesgo de pobreza que en 1995, según datosmacro.com. Los datos son espeluznantes y se agravarán de forma alarmante con la pandemia, pudiendo extender esta tendencia hasta principios de 2030, según statista.

Ante esta situación de pobreza crónica y, sobre todo, ante la impermeabilidad ascendente de las clases sociales del país, y la imparable permeabilidad descendente de las mismas, se agudizan sentimientos de aporofobia (odio al pobre) como pasó en Estados Unidos durante la Gran Depresión.

Pero esta aporofobia es diferente. Es esa que Umberto Eco definía como la gasolina que alimenta el motor del capitalismo: la aporofobia que ejerce el propio pobre.

Y cuando el pobre odia al pobre, se está odiando a sí mismo. Se está avergonzando de su propia condición. Y este odio deleznable se convierte en el único instrumento para cambiar la propia percepción que el pobre tiene de su situación: "si odio al pobre no soy/parezco/me siento pobre".

Owen Jones comienza su libro "Chavs, la demonización de la clase obrera" con una anécdota: en una cena entre amigos, se suceden los chistes sobre los "chavs", lo que aquí vendría a ser un cani, un pokero o un poligonero. Jones reflexiona y señala que una broma sobre judíos, negros u homosexuales sería inaceptable en esos círculos. ¿En qué momento se convirtió en un blanco aceptable para las bromas, incluso en ambientes progresistas, la clase obrera?

Pero yo quiero dar un paso más allá porque Jones no reflexiona sobre una nueva paradoja: ¿en qué momento la clase obrera se convirtió en un blanco aceptable para las bromas, en los propios círculos obreros?

Eco decía que el sistema tocaría fondo cuando los pobres se volviesen a dar cuenta, como ocurrió en el final de la Rusia zarista, de que habían llegado al fondo del pozo y que ya no podían bajar más porque más miseria era imposible. Pero Eco no contaba con la camaleónica capacidad del capitalismo para reinventarse. El pobre ya tiene una nueva forma de escapar, al menos emocionalmente, de su condición miserable: odiando al pobre. Es mucho más cómodo, más fácil, más sencillo y, sobre todo, más tranquilizador para el capitalismo, que las pobres no odien las estructuras de poder que condenan su futuro, sino que odien el reflejo de su vida visto en las vidas de otros pobres, que se odien a sí mismos en la figura de otros que son como ellos.

Sin actitud crítica, la solidaridad desaparece, decía Durruti. Y sin solidaridad, mis iguales pasan a ser espejos de mi condición económica y, por lo tanto, diana de mi odio. Reflexionar y analizar las razones reales de mi miseria es complicado. Verter mi odio en cosas intangibles, que son más grandes que yo o que no entiendo, no me permite desahogarme. Es más sencillo hacerlo contra aquello que conozco o creo conocer, contra aquello que veo cada día, contra ese con el que me cruzo todas las mañanas. La solución a largo plazo ha dejado de importar. El cabreo, algo que padece también la clase media, ha sustituido a la lucha. El odio, a la empatía.

Eso explica cosas como que un obrero odie al inmigrante pero adore a un futbolista de su misma nacionalidad. Eso nos lleva a entender por qué un obrero crítica a los que montan huelgas para conseguir un salario digno, mientras admira a los que ganan millonadas y evaden impuestos.

El capitalismo lo ha conseguido: el pobre ya no lucha contra aquellos que le quitan el pan. Lucha contra aquellos que le recuerdan lo que ellos mismos son.

Y el consumismo, ni corto ni perezoso, ha hecho todo para que este círculo vicioso crezca.

Las redes sociales han convertido la riqueza en un espectáculo, en un producto de entretenimiento que puede consumirse y admirarse a todas horas. Las clases sociales bajas componen, según el INE, el grueso de las audiencias de realities sobre compras de casas o programas del corazón y la jet set.

Los niños y adolescentes ya no quieren ser un escritor, un científico o un astronauta. Quieren ser Cristiano, Kardasian o Maluma. Quieren ser millonarios. La vida es demasiado corta para luchar, la vida está para soñar. Vivimos demasiado poco como para ponernos cambiar el mundo. La utopía, decía Galeano, sirve para caminar. Hoy ya solo sirve para envidiar.

En las memorias de Pepe Mujica, "Una oveja negra al poder", el expresidente de Uruguay nos dice: "cuando los obreros no sueñan con la justicia sino con hacerse ricos, los obreros se queda sin justicia y los únicos que se hacen ricos son los que ya lo eran".