Hay una ciudad al oeste de Madrid que no tiene ayuntamiento, que ni siquiera figura en los mapas de carretera. A las 18.30 se apagan las luces y sólo quedan guardias jurados custodiando verjas y edificios. Y algún ejecutivo rezagado. Durante el día, sus 6.500 habitantes se entrenan en el mismo gimnasio, dejan a sus hijos en la misma guardería y, sobre todo, comparten el mismo jefe: Emilio Botín, presidente del Santander
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