Ucrania, soberanía y cocaína

Algunas verdades son tan incómodas que el que las pronuncia corre el riesgo de ser acusado de condonarlas, apoyarlas o de usarlas para desarrollos lógicos tenebrosos e inmorales. Vale. Ucrania no es soberana.

El soberano es el que ejerce la autoridad suprema e independiente. La soberanía de un estado, cuando existe, es un hecho: no hay que reconocerla, no hay que enfatizarla, no hay que reclamarla. No es necesario. Ucrania demostró que no era soberana dentro de sus fronteras en su configuración estatal, su gobierno, al demostrar estar rota en dos ante el viraje de última hora de Yanukovich (por inmoral que a uno le parezca, no era más grave que la traición de Felipito con la OTAN). El estado no fue soberano a través de su gobierno, pero incluso personalizado en la “voluntad popular” de la Revolución de la Dignidad, el pueblo, tampoco. Mientras en el oeste echaban a Yanukovich, en el este se levantaban contra la violación de la que creían era su soberanía. Tampoco ellos fueron soberanos. Ucrania demostró no poder ejercer su voluntad dentro de sus fronteras. Y por supuesto, contando con la intervención de potencias extrajeras defendiendo sus intereses. A través del conocido Soft Power de unos, y el viejo Puño de Hierro del otro.

Pero, pero, pero Johnny… ¿No estás de acuerdo en que Ucrania tiene derecho a ser soberana? Mezclamos conceptos. No hay órgano superior a las naciones que vele por el cumplimiento de unas leyes planetarias. No hay derecho sin una tercera parte que garantice el cumplimiento de unas reglas y la defensa de los intereses del más débil. Lo siento mucho, mientras estos no hagan acto de presencia eso es metafísica. La soberanía de una nación sólo existe en continua alineación y desalineación con las soberanías de otras.

Pero, pero, pero Johnny… ¿Acaso España es soberana, cuando moldea su diplomacia según los designios de otras naciones más poderosas? El poder ejercer la soberanía no implica que no afecte al equilibrio con otros estados, y que pueda conllevar represalias de parte de estos. Pero nada indica que como nación no puedan aceptarse esas represalias. Aquí decidimos ceder, en Irán no. Pero lo decidimos. Podemos decidirlo. Si en algún momento se pierde esa capacidad de ejercer la soberanía, por definición, dejaremos de ser soberanos.

Pero, pero, pero Johnny… ¿Estás condonando acaso que otra nación imponga su soberanía sobre otro grupo de personas? Que las cosas sean así, no quiere decir que me gusten. Tampoco me gusta que la cocaína sea adictiva. Ni que la juventud se termine tan pronto. Lo que hubiera deseado para los habitantes ucranianos en primera instancia es que la nación hubiera sido soberana, empezando por las relaciones entre grupos políticos, etnias, clases, etc; en un proceso que no hubiera supuesto enormes dramas como la guerra civil que se vino desarrollando desde 2014. Y en segundo lugar, que hubiese sido soberana frente a otras naciones: Que según su sistema de gobierno, Occidente hubiera respetado la decisión de Yanukovich (por supuesto una traición a su electorado), que tal como estaba configurado políticamente el estado Ucraniano era el ejercicio de la soberanía. Y que Rusia hubiera respetado la integridad territorial de Ucrania, sobre todo por la cantidad de vidas que supone la agresión. No es un deseo distinto que el que albergo para mí mismo: vivir en una nación soberana, y que como clase mayoritaria los trabajadores sean los que ostenten esa soberanía. Como decía uno que yo me sé, “La clase obrera, para poder luchar, tiene que organizarse como clase en su propio país. En este sentido, su lucha de clase es nacional […]”.

¿Y por qué diantres me he levantado con ganas de expresar esto? Porque si consumo cocaína, tendré que aceptar las consecuencias y saber qué riesgos conlleva para saber cómo actuar; no mentirme a mí mismo ignorando sus efectos. Porque si la juventud se termina, más me vale disfrutar ahora de las energías físicas y mentales que me quedan para garantizarme unos buenos recuerdos y una buena vida en la siguiente etapa; no malgastarla como si fuera a durar toda la vida. Porque entender cómo las naciones están en continuo antagonismo nos ayuda a juzgar si las justificaciones que nos ofrecen para actuar en nuestro nombre tienen sentido. Tragar poesía fantasiosa sólo nos convierte en adictos al infantilismo.

Pero, pero, pero Johnny… ¡Putinejo!

Vale.