Cuando uno mata a un elefante, a un macho adulto africano por ejemplo, el animal tarda un rato en caer. Por su envergadura. Siento que vivo dentro de un elefante muerto. Que todos nosotros vivimos dentro de un elefante muerto que sigue en pie, que aún no ha caído. Pero ya es un cadáver. Ya no existen los medios de comunicación ni la autoridad tal y como los conocíamos, ni siquiera lo que podríamos llamar restos de inocencia de quienes quieren creer. Han matado –afortunadamente— la inocencia con las mismas balas que al elefante. Ya no funciona.