Sólo así puede explicarse que el mayor responsable, como cardenal que fue y como sumo pontífice que ejerce, de haber excomulgado y maldecido la teología de la liberación, visite ahora el escenario del crimen y se asombre del auge que han ganado los testigos de Jehová, los pentecostales, los del séptimo día, los mormones, las cientos de sectas patrocinadas, en muchos casos, por estados y multinacionales, que han arrinconado y reducido a esa única iglesia empeñada en que el verbo se haga carne y habite entre nosotros.