Amigos, tengo que confesar algo. Al final ha sucedido lo más temido: se me ha escapado un pedete sonoro en plena clase de gimnasio.

Elegí un mal día para desayunar con leche de vaca. Ya esta tarde había empezado a notar una borrasca en mi sistema digestivo que no olía nada bien. Después de hacer mi rutina normal en el gimnasio, he ido a una clase nueva que empezaba hoy llamada "movilidad". La entrenadora lo ha explicado como una suerte de pilates por solamente centrándonos en ganar movilidad en las articulaciones. El caso es que ya casi al final de la clase, para probar si habíamos ganado movilidad, nos hace ponernos de cuclillas y luego echar un poco el cuerpo adelante. Parece ser que ha sido una posición óptima para que una ventosidad saliera de mis entrañas sin permiso alguno. Muerto de vergüenza, o más bien podrido, he movido un poco la esterilla como para hacer ver que lo que había sonado era que mi calcetín había patinado, pero la esterilla ha aguantado bien en su sitio y no ha cedido ni un picómetro. Al final no me ha quedado más remedio que agachar la cabeza, bajar bien la pelvis y contraer los glúteos para evitar un nuevo ataque químico a mis compañeros de ejercicio.