edición general
  1. Aparqué junto al frontón, y como almuerzo tardío un bocadillo y un café a cara de perro en la cantina de la plaza mayor de aquella pedanía. Suele pasar, y no me importa: comer tarde y mal para salir corriendo al lugar prefijado en mi mapa mental y allí... hartarme de esperar. Esta vez la estación, bueno, lo que quedaba de ella, estaba a solo un trecho de camino polvoriento a las afueras. Un cruce y un grotesco cartel con flechas: “Campo de tiro. Ojo al tren”. Quería indicar una dirección advirtiendo de un peligro, pero parecía invitar a disparar a matar. Paré el motor entre arbustos y maleza, y seguí a pie. Detesto que mi propio coche contamine la escena.

    Al cabo empezaron a desfilar todoterrenos hacia el campo de tiro. Invariablemente aflojaban al pasar junto al mío, el sospechoso vehículo de un extraño, de uno que no es de los nuestros. El último de la comitiva lo rebasó, lo pensó mejor, frenó y dio marcha atrás. El conductor se apeó y dio un par de vueltas de reconocimiento. Sacó fotos de mi matrícula. Luego siguió su camino. Problemas entre cazadores y ecologistas, supuse mientras le vigilaba emboscado entre ramas secas. Odio este país. Lo adoro.

menéame