Pantorrillas y Marsellesa - Cosas de París

Pues, señores, no me gusta la mujer francesa. Es decir, á un hombre orgánicamente ecuánime y bien ponderado, le gusta siempre la mujer. Por lo demás, yo no quiero aludir en esta croniquilla volandera á la francesa distinguida y excepcional. La respeto y la ensalzo. Yo hablo de la mujer que forma gleba, muchedumbre, la que se ve á cada momento.

   No. Llega un instante á los pocos días de hallarse en París en que la mujer no impresiona. Hace tal derroche, tan estupenda prodigalidad de sus piernas, de sus escotes, de sus líneas, de su gesto, que acaba por fatigar, como empalaga el escaparate de una confitería. Y luego, ¡es tan artificial y tan fría, tan calculadora, tan lejos de toda ingenuidad y candor femeninos!.

    Un pie grande; una pierna delgada que se ve hasta más allá de las ligas negras; un vestido sin personalidad, por constituir con otros la vulgaridad de lo estrafalario; unos bracitos largos y huesudos; un pescuecito de azucena; una boca pintada de rojo; unos ojos pintados de negro; unas mejillas embadurnadas también; y arriba, sobre un pelucón rubio, una pluma larga que se menea como airón absurdo. Y así una, diez, cien, mil, un millón, idénticas, solas, varoniles, fumando, subiendo al autobús de un brinco, sorbiendo por la pajita un helado en la puerta del café, y enseñando unas piernas que ya nadie contempla. Señores, yo adoro á nuestras muchachas modositas, que se ponen coloradas cuando se les adivina el tobillo, y que hacen de un beso la trinchera más deliciosa y fuerte de su pudor castellano.

   Porque, además, esto no resuelve problema alguno. Ni siquiera el de la orgía. Yo, francamente, encontraría un poco terrible irme de holgorio con estas mujeres que fuman, beben, andan solas, saben hablar por teléfono, no se asustan de las cucarachas y enseñan las ligas como uno podría enseñar los calzoncillos. No hay nada que asaltar, no hay nada que vencer. Es irse con un amigo que lleva faldas y un airón.

   Señores, hasta por sensualidad, y no hablemos por dignidad y por instinto de conservación ¡vivan las mujercitas honradas, pueriles, soñadoras y buenas de Carcajente o de Simancas!.

LUIS ANTON DEL OLMET - El triunfo de Alemania - 1915

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