En 1993 tener VIH significaba aprender a morir, no hacer planes de futuro. Cristina había cumplido los 22 y era una chica "sana y responsable". "Mis amigas decían que parecía una madre". Sonríe cuando lo cuenta, aunque el cambio de semblante en su rostro anticipa lo que vino después. "Todo fue muy rápido. Lo recuerdo con nitidez. Me ingresaron por neumonía. Mi madre entró en la habitación con los ojos morados de llorar y, detrás de ella, el médico. Me quedaban, me dijo, dos semanas de vida".
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