El viernes 23 de enero de 1981 el presidente Suárez no tenía ninguna intención de anunciar su dimisión dos días después. Esa tarde, al caer la noche, llegaba a Barajas con la mayor discreción Leo Tindemans, presidente del Partido Popular Europeo y representante de la Internacional Demócrata Cristiana. Le esparaba en el aeropuerto Javier Rupérez, secretario de Relaciones Internacionales de UCD, que lo condujo con el mayor sigilo a la Moncloa, donde iba a mantener una entrevista con Adolfo Suárez.
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Democracia...
Que cosas...
Sacaron los tanques a las calles, para dar más empaque a la situación y tenernos cogidos por los huevos.
Y ocmo bien dices, Suárez hizo lo mejor para todos, no quería que se le recordarse como el que hizo correr la sangre de nuevo. Y así seguimos hoy en día, con los mismso mierdas de aquellos días, controlando el cotarro y deseando que en cualquier momento 26 millones de hijosdeputa desparezcamos.
¡Qué envidia, joder, qué envidia!
–¿Qué debo hacer ante esto?– le consultó el presidente.
–Pues déjalo, hijo –le aconsejó el cardenal–, déjalo.
Y si fue cómo dejó de fumar Suárez.