Bóvedas de acero

El doctor Fastolfe comentó con evidente sorpresa:

—¿Se encuentran ustedes satisfechos con la vida que llevan en la Tierra? ¿Cómo continuarán? Su población sigue aumentando. Es evidente que la Tierra se encuentra en un callejón sin salida.

—Aguantaremos —repuso Baley.

—Las dificultades serán enormes, lo cual significa inseguridad para el futuro.

Baley se movió inquieto en su silla.

—Ya he escuchado todo esto antes. Los medievalistas desean poner fin a las ciudades. Desean que regresemos a la tierra y la agricultura natural. Pues están locos. No podemos hacerlo. Es imposible caminar para atrás en la historia. Por otra parte, si la emigración a los Mundos Exteriores no estuviese restringida…

—Usted ya sabe por qué debe restringirse.

—Entonces…

—¿Y por qué no intentan una emigración a nuevos mundos? Hay millones de estrellas en la galaxia. Se estima que existen cien millones de planetas que son habitables o que pueden serlo.

—¡Eso es ridículo!

—¿Por qué? Los terrícolas han colonizado otros planetas en el pasado. Más de treinta de los cincuenta Mundos Exteriores, incluso Aurora, donde yo nací, fueron colonizados directamente por terrícolas. ¿Acaso ya no es posible la colonización?

—Bien…

—Permítame sugerir que si ya no es posible, se debe al desarrollo de la cultura de las ciudades en la Tierra. Antes de las ciudades, la vida humana en la Tierra no era tan especializada que no pudiesen emigrar y comenzar una nueva etapa en un mundo primitivo. Lo hicieron treinta veces. Pero ahora los terrícolas están tan reblandecidos, tan aprisionados en sus bóvedas de acero, que se encuentran sujetos, apresados para siempre. Usted, señor Baley, ni siquiera cree que un habitante de esta ciudad sea capaz de cruzar las campiñas para llegar a Espaciópolis. Cruzar el espacio para llegar a un nuevo mundo debe representar algo tan imposible como la cuadratura del círculo. El civismo está arruinando la Tierra, señor.

 Isaac Asimov, “Bóvedas de Acero.” (1954)