Cosas de rusos...

Trepa Es un fantasioso, eso es lo que lo excusa. Materializa en la práctica las fantasías más inverosímiles, cosas que ocurren sólo en los chistes.

Una vez, en la casa de creación de Murashí, el tonto de Rogozhin regañó públicamente al Trepa por aparecer en el comedor totalmente ebrio, y para más inri le soltó una moraleja sobre el perfil moral del hombre soviético. Trepa lo escuchó todo con sospechosa sumisión, y por la mañana, en un enorme montón de nieve directamente delante del portal de la casa, había un letrero: ¡Rogozhin, lo amo! El letrero había sido hecho con un chorro amarillo que salpicaba, bastante caliente a juzgar por lo profundo que había penetrado en el montón de nieve.

Ahora, imaginaos la siguiente escena: la mitad masculina de los habitantes de Murashí se retorcía de risa. Trepa, con expresión sombría, caminaba entre ellos y repetía: «Señores, esto es amoral. Se dicen escritores, y ved cómo actúan…». La mitad femenina hacía muecas de disgusto y exigía palear aquella porquería y cubrirla de nieve. Rogozhin caminaba de un lado a otro a lo largo del letrero, como un depredador en el parque zoológico, y no dejaba que nadie se acercara hasta que llegara la milicia. La milicia no manifestaba la menor prisa y, mientras tanto, alguien le hacía un favor a Rogozhin (y a sí mismo, por supuesto) tomando diversas fotos: el letrero, Rogozhin con el letrero de fondo, simplemente Rogozhin y de nuevo el letrero. Rogozhin le quita la película y se va corriendo a Moscú. Una tontería, cuarenta y cinco minutos en tren eléctrico.

Con el rollo fotográfico en un bolsillo y una larga queja contra Petia en el otro, Rogozhin corre al secretariado, para incoar una acusación personal por difamación. En el laboratorio fotográfico del club le preparan una docena de fotos en un dos por tres, y él, indignado, las tira sobre el escritorio de Fiódor Mijéich. El despacho de Fiódor Mijéich, está lleno en ese momento, como a propósito, de miembros de la junta directiva, que se han reunido con motivo de alguna fiesta jubilar. Muchos ya saben de qué se trata. Hay risitas. Polina Zlatopolskij, entornando soñadora los ojos, dice: «¡Pero qué chorro!».

Fiódor Mijéich proclama, con expresión pétrea, que no ve difamación alguna en el letrero. Rogozhin queda perplejo por un segundo. La difamación se encierra en el método mediante el cual se hizo el letrero, alega. Fiódor Mijéich, con expresión pétrea, declara que no ve sobre qué base se acusa específicamente a Piotr Skorobogátov. En respuesta, Rogozhin exige un peritaje grafológico. Fiódor Mijéich, con expresión pétrea, manifiesta sus dudas sobre la viabilidad de un peritaje grafológico en ese caso concreto. Rogozhin, airado, se remite a los principios de las ciencias criminológicas, que postulan al parecer que las propiedades ideomotoras son tales que las características de la persona son inmutables, no importa con qué escriba. Intenta demostrar este hecho tomando entre los dientes un bolígrafo para firmar unos papeles en presencia de Fiódor Mijéich, amenaza con dirigirse al Comité Central y se comporta en general de modo reprobable.

Finalmente, Fiódor Mijéich se ve obligado a ceder, y una comisión se dirige al lugar del suceso. Petia Skorobogátov, arrinconado y algo asustado por la envergadura que toman los acontecimientos, reconoce que fue él quien hizo el letrero. «¡Pero no como lo estáis imaginando, guarros! ¡No hay fuerza humana que pueda hacer eso!». Ya es tarde. Es de noche. La comisión completa está de pie en el portal. El montón de nieve fue paleado por el día y está totalmente limpio. Petia Skorobogátov camina lentamente a lo largo del montón de nieve, maneja con cuidado una tetera panzona y escribe: «¡Rogozhin, usted me resulta indiferente!». La comisión, satisfecha, se marcha. El letrero queda....

Destinos truncados. Arkadi y Boris Strugatski