Yo maté a Rajoy

Son las nueve y media de la mañana. Llevo tirado sobre el plástico desde las siete y diez de la mañana. Estoy aterido y contracturado después de tantas horas en esta posición. No ha ocurrido nada que pueda hacer sospechar que alguien de importancia vaya a venir hoy hasta esta plaza. La vida parece transcurrir plácidamente para las pocas personas que a estas horas pasan por el lugar. En el banco se ve algo de movimiento, desde que abrieron han entrado tres personas. De los edificios colindantes salieron bastantes personas desde que me aposenté aquí hasta aproximadamente las ocho y media, luego paró. Un abuelo ha pasado renqueante y se ha sentado unos diez minutos en uno de los bancos. La mañana ha amanecido fría así que no ha aguantado mucho. Sobre las nueve y cuarto he vuelto a ver al perro triste y a su dueño. El primero ha levantado una de las patas y ha orinado junto a una papelera que hay al lado de la puerta que da a la sede, quizá lo haya hecho por solidaridad conmigo y haya formalizado así su protesta contra los desmanes de esta formación política.

Las once de la mañana. No sé si podré seguir aquí más tiempo sin hacer mis necesidades. He traído mi mochila con avituallamiento, pero tendré que parar de beber o me mearé encima. Los guantes de plástico que llevo dan un calor insoportable a mis manos que ya se sienten incómodas dentro de ellos. Sigue sin haber ninguna señal que presagie algo que pueda hacer necesaria mi intervención. Lo único destacable ha sido la llegada de un par de militantes a la sede. Por la plaza circula algo más de gente, pero nadie se para, van de un lado a otro.

Casi las doce, por fin algo de movimiento. La furgoneta camuflada de la secreta ha aparcado en el mismo sitio que ayer. Esta vez solo se ha quedado uno de los agentes, el que va al volante, el resto se ha dispersado por los alrededores de la plaza, no dudo de que alguno se dé un volteo por las calles colindantes. Ahora tendré que estar atento a mi retaguardia por si oigo movimientos o sonidos extraños. Empiezo a ponerme nervioso. Intento respirar lenta y profundamente para tranquilizarme. Noto cómo las gotas de sudor se van apoderando de mi frente. ¡Joder, qué calor empiezo a sentir embutido en esta ropa! Me encuentro rígido, parece que mis huesos se hayan fosilizado. Temo que no pueda mover bien mis articulaciones tras los disparos. Ahora llega Delia. Creo que esto va a ponerse en marcha de un momento a otro.

Las doce y media. Ha vuelto la calma. Tengo controlados a cinco de los seis secretas, todos están por la plaza o en las calles que desembocan en ella. Me intriga dónde estará el sexto individuo. El jefe ha vuelto a sentarse en el mismo banco de ayer, sabe que ese es el mejor lugar para observar la llegada del presidente. Ha girado la cabeza un par de veces hacia donde estoy, haciendo un barrido con la mirada de arriba a abajo del edificio. En las dos plantas superiores están las oficinas de una empresa constructora, pero ahora están cerradas tras la quiebra de la empresa hace unos meses. Tiemblo cada vez que pasa su mirada por aquí, hago como si me agachase, pero sé que no muevo ni un músculo, soy parte del entorno, ya me he mimetizado con el edificio y con la carabina.

La una menos veinte, se acerca un coche lujoso, un A-6 oscuro. Tras él tres más. Han aparcado apenas a quince metros de la sede. Enseguida saltan unos tipos trajeados, como en las pelis, la escolta. Abren las puertas traseras, por la derecha sale una mujer con chaqueta roja y un peinado sofisticado. Por la izquierda mi objetivo, es él, realiza su típico gesto de abrocharse la chaqueta tras salir del coche. Me empieza a temblar el pulso y el sudor arrasa mi frente, los músculos completamente agarrotados. Tengo miedo, mucho miedo. Es pánico lo que ahora me revuelve las tripas. Veo que con rapidez se dirigen hacia la puerta del local, en cinco segundos lo tendré a tiro. Me tiembla el dedo sobre el gatillo, inspiro con fuerza, siento el aire expanderse y llenar mis pulmones.

Creo que he oído algo por ahí detrás. No es momento para paranoias.

Ahora o nunca.

¡Bang... bang!

Yo maté a Rajoy - Juan Carlos Pérez