De pronto ha salido de la nada esa bicicleta lanzada directamente a mi trayectoria, y mi mente ha entrado en modo a cámara lenta. Es alucinante, pisaba el freno a fondo y me daba tiempo a ver por el retrovisor cómo los demás coches, que habían esperado junto al mío en el semáforo, seguían atrás allí parados, y que el del carril bici resultaba estar en verde para el ciclista. Y antes de que el coche se detuviese he proyectado el resto de la película: las gafas del ciclista volando a mi capó, el pollo de la ambulancia y la policía, la fea abolladura gris metalizada, el papeleo del seguro... ¿Tengo cubiertos los gastos de defensa jurídica?

El ciclista también había frenado como pudo: a dos centímetros de mi coche. A la velocidad que yo llevaba, el antibloqueo no me ha impedido rebasar el carril bici en varios metros, pero al menos sí ha evitado el escandaloso chirriar de neumáticos. Tecnología para tragedias más silenciosas.

Allí se quedaron el ya peatón, mirándome sin decir nada con los brazos abiertos. y su bici con la cadena fuera del plato por la violencia del frenazo. Yo, viendo que parecía ileso he seguido mi camino avergonzado por revelar que mi tiempo vale más que su vida.