LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Planificación

Siempre se puede emplear a la mitad de los pobres para matar a la otra mitad. Son así.

Jason Gould

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El amor y las sectas

Los sectarios odian profundamente que las personas se comuniquen, se acerquen unas a otras o se atrevan a relacionarse con desconocidos. Si esas relaciones pueden generar lazos al margen de la secta, la oposición es máxima.

El amor y el matrimonio son un problema terrible para todas las sectas. Unas lo combaten con la castidad y otras con la promiscuidad, para evitar que se formen relaciones estables.

La casa eterna. Yuri Slezkine

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'Las afueras de Dios' Antonio Gala

Ama la compañía, porque te multiplica, y ama la soledad porque te engrandece. Avanzarás entre las dos para encontrarte contigo mismo y con los otros. Pero no ames la compañía de manera que te aleje de ti, ni ames la soledad de manera que te aleje del mundo, de este mundo tuyo que te correspondió, para refugiarte en otros pasados o futuros. Y ten la seguridad de que la muerte no es liberadora ni contenedora: es sólo la consecuencia de tu vida.

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Napoleón y los chaqueteros

Los que no habían podido adherirse a Napoleón por su gloria, los que no habían podido ser fieles por gratitud al benefactor de quien habían recibido sus riquezas, sus honores y hasta sus nombres, ¿iban a inmolarse ahora a sus escasas esperanzas?

¿Iban a encadenarse a una suerte precaria y renaciente los ingratos a quienes no hizo comprometerse una suerte consolidada por unos éxitos inauditos y por un bagaje de dieciséis años de victorias?

Tantas crisálidas que, entre dos primaveras, se habían despojado y revestido, dejado y recuperado la piel del legitimista y del revolucionario, del napoleónico y del borbónico; tantas palabras dadas y desmentidas; tantas cruces pasadas del pecho del caballero a la cola del caballo, y de la cola del caballo al pecho del caballero; tantos valientes cambiando de paveses, y sembrando el palenque de prendas fementidas; tantas nobles damas, azafatas alternativamente de María Luisa y de María Carolina, no habían de dejar en el fondo del alma de Napoleón sino desconfianza, horror y desprecio; este gran hombre envejecido estaba solo en medio de todos estos traidores, hombres y suerte, sobre un suelo que temblaba, bajo un cielo enemigo, enfrente de su destino cumplido y del juicio de Dios.

Memorias de Ultratumba. Chateaubriand

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Un poco borracho...

Iba a ir otra vez a casa de Shirt Trist. Pero Nik dijo vale que beehiera lo queería. Coonudo. No imbortaba. Dijo no imbortaba.

Pegó un portazo detrás de él. Se detuvo junto al fregadero y bebió un montón de agua templada. Entonces se sintió mejor. Luego tropezó y cayó. De pronto, y sin un orden preciso, Keith hizo eructar a su mujer, sacó a la cría fuera a mear y le echó un polvo al perro.

Campos de Londres. Martin Amis.

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Tarde estival

Nos sentamos en la terraza

del café de Levante

y con parsimonia y lentitud

nos tomamos una leche merengada

desbordaa de canela.

El calor, adobiante, no nos permite

hablar de nada ni de nadie.

El camarero,un muchacho rumano,

nos sonrie detrás de su rostro sudorso

y se esconde en el interior

donde el aire acondicionado

salva de la angustia de la calle.

Al atardecer una brisa suave se levanta

y las mesas vacias se llenan

de parejas que se aman ardorosamente.

Es, en ese momento, cuando

abandonamos la terraza

porque a nuestra edad

no estamos ya para contemplar

amores desenfrenados.

José Antonio Labordeta

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Reclamo mi derecho

El hombre tiene derecho a ser culpable y a ser castigado por ello. Si lo consideramos víctima de las circunstancias o la sociedad, lo hemos despojado de su último jirón de dignidad.

La novia prusiana. Yuri Buida

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Los habladores

Escena I

PROCURADOR, SARMIENTO, y detrás ROLDÁN, en hábito roto con su espada y calcillas.

 SARMIENTO.- Tome, señor Procurador; que ahí van los doscientos ducados, y doy palabra a usted que aunque me costara cuatrocientos, holgara que fuera la cuchillada de otros tantos puntos.

PROCURADOR.- Usted ha hecho como caballero en dársela, y como cristiano en pagársela; y yo llevo el dinero, contento de que me descanse y él se remedie.

ROLDÁN.- ¡Ah, caballero! ¿Es usted procurador?

PROCURADOR.- Sí soy; ¿qué es lo que manda usted?

ROLDÁN.- ¿Qué dinero es ese?

PROCURADOR.- Dámele este caballero para pagar la parte a quien dio una cuchillada de doce puntos.

ROLDÁN.- Y ¿cuánto es el dinero?

PROCURADOR.- Doscientos ducados.

ROLDÁN.- Vaya usted con Dios.

PROCURADOR.- Dios guarde a usted.  (Vase.) 

Escena II

ROLDÁN, SARMIENTO.

 ROLDÁN.- ¡Ah caballero!

SARMIENTO.- ¿A mí, gentil hombre?

ROLDÁN.- A usted digo.

SARMIENTO.- Y ¿qué es lo que usted manda?

ROLDÁN.- Cúbrase usted; que si no, no hablaré palabra.

SARMIENTO.- Ya estoy cubierto.

ROLDÁN.- Señor mío, yo soy un pobre hidalgo, aunque me he visto en honra; tengo necesidad, y he sabido que usted ha dado doscientos ducados a un hombre a quien había dado una cuchillada; y por si usted tiene deleite en darlas, vengo a que usted me dé una adonde fuera servido; que yo lo haré con cincuenta ducados menos que otro.

SARMIENTO.- Si no estuviera tan mohíno, me obligara a reír usted; ¿dícelo de veras? pues venga acá: ¿piensa que las cuchilladas se dan sino a quien las merece?

ROLDÁN.- Pues ¿quién las merece como la necesidad? ¿No dicen que tiene cara de hereje? pues ¿dónde estará mejor una cuchillada que en la cara de un hereje?

SARMIENTO.- Usted no debe de ser muy leído; que el proverbio latino no dice si no que necessitas caret leye, que quiere decir, que la necesidad carece de ley.

(...)

Miguel de Cervantes Saavedra, "Los habladores, entremés famoso."

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Lo que aceptamos...

La politica de privacidad de Facebook equivale a que Telefónica dijese: vamos a hacer públicas tus conversaciones, pero si no quieres, no uses el teléfono.

El filtro burbuja. Eli Parisier

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Cerebro y mente

"El cerebro es un sistema alejado del equilibrio, con interacciones y retroalimentaciones claramente no-lineales. Debe ser analizado, por consiguiente, desde el enfoque de la termodinámica del no-equilibrio. Como escribe el biólogo Aguilera, «en el cerebro, con multitud de 'componentes' (10 [elevado a] 11-10 [elevado a] 12 neuronas –no iguales–, cada una de las cuales viene a ser un microprocesador analógico...) y multitud de interconexiones sinápticas estructuradas entre ellas (en promedio, 10 [elevado a] 3-10 [elevado a] 4 conexiones por neurona), las señales se procesan en muchas redes de forma simultánea: es un sistema de procesamiento masivo de información en paralelo». El PDP (Proceso Distributivo en Paralelo) de la fisiología cerebral le otorga un poder fascinante característico de la no-linealidad. Las dificultades de simulación en el laboratorio se deben al hecho de que los ordenadores ordinarios son secuenciales y trabajan en forma seriada. Stuart Kauffman, que desarrolló las redes aleatorias de Boole, explicó las propiedades autoorganizativas de la materia. Son redes de procesamiento en paralelo (RPP). Lo cual tiene un valor mayúsculo para el origen y la evolución de la materia viva y la actividad mental."

Gonzalo Puente Ojea. Este texto apareció publicado en el libro "Opus minus".

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La verdadera soledad

Toda la gente a la que odiaba se murió hace tiempo. Estoy solo en el mundo.

Los espejos venenosos. Milorad Pavic.

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El robot perdido

En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especie de furia frenética; fue como el equivalente muscular de un grito histérico.

Para clasificarlas por orden de cronología y desesperación, fueron:

1. Todo trabajo en la Zona Hiperatómica que atraviesa el volumen espacial ocupado por las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisiete quedó inmovilizado.

2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado, prácticamente hablando. Nadie podía entrar sin permiso. Nadie podía salir bajo ningún pretexto.

3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert, respectivamente Jefe del Departamento de Psicología y Director del Departamento de Matemáticas de la United States Robots & Mechanical Men Inc. fueron llevados a Hyper Base por una nave de patrulla especial del Gobierno.

 Susan Calvin no había salido nunca de la superficie de la Tierra ni tenía especiales deseos de salir de ella. En una era de energía atómica y de clara aproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muy provinciana. Estaba, pues, descontenta de su viaje y poco convencida de su urgencia y todas las facciones de su rostro, a su media edad, lo demostraron claramente durante su primera cena en Hyper Base.

Tampoco la lívida palidez del doctor Bogert abandonaba una cierta actitud de recelo. Ni el general Kallner, que dirigía el proyecto, olvidó una sola vez de mantener una expresión obsesionada.

En una palabra, aquella comida fue un tétrico episodio y la pequeña conferencia de los tres que la siguió, empezó de una manera gris y melancólica.

Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, que desentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabra con visible inquietud.

—Es realmente toda una historia la que tengo que contarles. Tengo que darles las gracias por su llegada al primer aviso y sin motivo justificado. Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdido un robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado el tiempo necesario para encontrarlo. Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación de que necesitamos una ayuda científica.

Acaso el general sintiese que su declaración resultaba decepcionante porque, con cierta desesperación, continuó:

—No necesito decirles la importancia que tiene el trabajo que aquí realizamos. Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones de investigación científica de este año han recaído sobre nosotros...

—Sí, eso ya lo sabemos —dijo Bogert amablemente—. U. S. Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por el uso de nuestros robots.

Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota.

—¿A qué es debida la gran importancia de un solo robot para el proyecto y por qué no ha sido localizado?

El general volvió rápidamente su rostro congestionado hacia ella y se pasó la lengua por los labios.

—En cierto modo, lo hemos localizado. —Pero añadió, angustiado—: Me explicaré. En cuanto nos dimos cuenta de la desaparición del robot, se declaró el estado de guerra y todo movimiento en la Hyper Base cesó. El día anterior había aterrizado una nave mercante trayendo dos robots destinados a nuestros laboratorios. Quedaban sesenta y dos robots de..., del mismo tipo, para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamos seguros. No cabe la menor discusión posible.

—¿Sí? ¿Y qué relación...?

—Una vez nos fue posible localizar al robot desaparecido, y le aseguro que hubiéramos localizado una brizna de hierba si hubiese estado allí para ser localizada, nos devanamos los sesos contando los robots que quedaban en la nave. Había sesenta y tres.

—¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijo pródigo desaparecido? —dijo la doctora.

—Sí, pero no podemos saber cuál de los sesenta y tres es.

Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctrico daba nueve campanadas; y la doctora en psicología robotiana, dijo:

—Muy extraño...

Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo y se volvió hacia su compañero con un indicio de furor.

—Peter, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robots utilizan en Hyper Base?

El doctor Bogert vaciló y sonrió débilmente.

—Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción, Susan... —dijo.

—Sí, hasta ahora —dijo ella rápidamente—. Si hay sesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de los cuales se busca y cuya identidad no puede ser determinada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera de ellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos han llamado?

—Si me permite usted un momento —dijo Bogert con aire resignado—, Hyper Base, Susan, emplea diversos robots cuyos cerebros no tienen impresa toda la Primera Ley Robótica.

- ¿Qué no tienen impresa...? —preguntó Susan, echándose para atrás—. Ya... ¿Y cuántos se hicieron?

—Pocos. Fue un pedido del Gobierno y no había manera de violar el secreto. No tenía que saberlo nadie más que los altos dirigentes. Usted no estaba incluida, Susan. No era nada con que yo tuviese que ver.

 Isaac Asimov, "Yo, robot". Fragmento del relato: "El robot perdido".

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Bola de sebo

La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas y aprestándose al combate cuando un conejo hacía crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas, los uniformes, todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas a la redonda, desaparecieron de repente. 

Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por Saint-Severt y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido, sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria.

 Una calma profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo de cocina.

 La vida se paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio,al deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas.

 La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.

"Bola de sebo" de Guy de Maupassant.

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La conversación transversal

Una de las razones de que las élites sólo hablen entre ellas es la ausencia de instituciones promotoras de conversaciones generales que atraviesen las barreras de clase. La vida cívica requiere lugares en los que las personas se encuentren como iguales, sin tener en cuenta la raza, la clase o el origen nacional. Debido a la decadencia de las instituciones públicas —desde los partidos políticos hasta los parques públicos y los lugares de encuentro informal— la conversación se ha convertido en algo casi tan especializado como la producción del conocimiento. Las clases sociales se hablan a sí mismas en un dialecto propio, inaccesible para los de fuera. Sólo se tratan en las ocasiones ceremoniales y las fiestas oficiales. Los desfiles y otros espectáculos parecidos no compensan la ausencia de asambleas informales. Hasta el pub y la cafetería, que a primera vista no tienen nada que ver con la política o las artes cívicas, hacen su contribución a la clase de conversación que recorre sin rumbo fijo todo tipo de asuntos y que es el suelo abonado sobre el que florece la democracia; actualmente, incluso estos lugares de encuentro están amenazados de extinción a medida que los vecindarios van siendo sustituidos por los centros comerciales, las cadenas de comida rápida y las tiendas de comida cocinada para llevarse.

La rebelión de las élites. Christopher Lasch (1995)

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La gente demasiado dramática

Lo cierto es que conocí a una joven, de la penúltima generación «romántica», que después de algunos años de profesar un enigmático amor a un señor con quien, dicho sea de paso, bien podría haberse casado con toda tranquilidad, acabó, sin embargo, imaginándose toda clase de impedimentos insalvables y una noche tempestuosa se arrojó desde una escarpada orilla, una especie de acantilado, a un río bastante profundo e impetuoso y pereció en él, sin duda alguna por culpa de sus propios antojos, solo para imitar a la Ofelia de Shakespeare, hasta el punto de que, si aquel acantilado, escogido y preferido por ella desde hacía mucho, no hubiera sido tan pintoresco y en su lugar se hubiera encontrado una prosaica orilla llana, es posible que el suicidio nunca se hubiera consumado. 

Los hermanos Karamazov. Fiodor Dostoyevski

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Una filosofía reaccionaria, pero práctica (SciFi)

Entre los humanos siempre existió gente defensora de las tradiciones, que pretendía que la evolución se frenase para que no fuera una manera de dar tumbos sin sentido. Como anécdota, recuerdo que había aún en la Tierra un grupo que se llamaba a sí mismo “la Represa”, “el Dique”, o algo así. Era una gente curiosa, que creía en la evolución social y cultural, pero se oponía precisamente por eso a cualquier innovación, convirtiéndose en conservadores ultramontanos. Esto, que parece una contradicción en sí misma, no es tan raro si se explica, y por eso tenían tanta aceptación.

Los del Dique decían, más o menos, que las sociedades son sistemas estables, y las normas son sistemas estables, y todo lo que funciona en la práctica es porque de algún modo es estable. Las innovaciones, según ellos, suponen una desestabilización que puede conducir a una estabilidad superior o a una desestabilización regresiva. Por eso, se oponían a cualquier tipo de innovación con todas sus fuerzas, y tenían además el denuedo de afirmar que las innovaciones verdaderamente válidas consiguen imponerse a todos los que tratan de detenerlas, pero es necesario que exista un dique, o una barrera, para que sólo las innovaciones con verdadera fuerza sean capaces de salir adelante. “Si tienen razón, pasarán por encima de nosotros, y si no la tienen, bueno será que haya alguien que los haya frenado”, eso decían los del Dique, para irritación de las vanguardias de todos los tiempos.

La guerra del último hombre. Feindesland

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Corazón de Ulises - Javier Reverte

No había otro ruido que el del viento entre los árboles y el canto de las cigarras. Bebimos vino rosado para acompañar la comida y, a los postres , unos tragos de whisky. Luego, fumamos junto a los rescoldos de la hoguera. No hablábamos apenas. Y en algún momento que yo inicié una charla, por decir algo más que por otra razón, él me miró sonriente. "Déjelo", interrumpió, "Cavafis escribió que, cuando no hay nada que decir, hay que dejar que hable el silencio".

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Modos de pensar

La principal razón para ir a la escuela es aprender a no pensar como un profesor.

Nassim Taleb.

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El Monte de las Ánimas

La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice.

Yo no la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza, con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

- I -

-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua; yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré la historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

«Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos defenderla como solos la conquistaron.

»Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

»Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

»Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche».

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

- II -

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Sólo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, absortos en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-: pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo su carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

-Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada: mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país, una prenda recibida compromete la voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.

-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé...; en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-, ¡en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión imagen de la guerra todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultarlo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas...; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó, con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-¡Adiós Beatriz, adiós! Hasta... pronto.

-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso, o aparentó querer, detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho, que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor, que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

- III -

Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz apagada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y suave; aquéllas con un lamento largo y crispador. Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi no se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando, dilatándose, las fijaba en un punto, nada; oscuridad, las sombras impenetrables.

-¡Bah! -exclamó, yendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada, de raso azul, del lecho-. ¿Soy yo tan miedosa como estas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!

- IV -

Dicen que después de acaecido este suceso un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

Gustavo Adolfo Bécquer

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La gran tragedia de Occidente

La gran tragedia de Occidente es que no se consigue compatibilzar la razón con la compasión.

En cuanto alguien siente compasión, deja de pensar razonablemente.

En cuanto empieza a pensar con lógica, deja de sentir compasión.

Es realmente trágico.

Genealogía de la moral. Friedrich Nietzsche

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La novedad...

Nuestro deseo de novedad es inagotable. Por eso el capitalismo es un éxito y la monogamia no.

Wellness. Nathan Hill

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El lenguaje que calla

En lo cultural se nos debe tratar a todos con el mismo respeto, pero en lo económico la distancia entre los clientes de los bancos de alimentos y los clientes de los bancos de inversión no deja de crecer.

La izquierda habla el lenguaje del género, la identidad, la marginalidad, la diversidad y la opresión, pero con mucha menos frecuencia el idioma del Estado, de la propiedad, la lucha de clases, la ideología o la explotación […] Como señala Marx, ningún modo de producción en la historia humana ha sido tan híbrido, diverso, inclusivo y heterogéneo como el capitalismo, que ha borrado fronteras, derrumbado polaridades, mezclado categorías fijas y reunido promiscuamente una diversidad de formas de vida. Nada es más generosamente inclusivo que la mercancía, que, con su desdén por las distinciones de rango, clase, raza y género, no desprecia a nadie siempre que tenga con qué comprarla.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé

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Patriotismo (Yukio Mishima)

El teniente yacía, boca abajo, en un mar de sangre. La punta de la espada, que sobresalía de su nuca, parecía haberse hecho más prominente aun. Reiko anduvo negligentemente entre la sangre y se sentó al lado del cadáver de su marido. Lo observó atentamente. Tenía la mejilla apoyada en la alfombra, los ojos estaban muy abiertos, como si algo hubiera despertado su atención. Ella alzó la cabeza, la apoyó sobre su manga y, limpiándose la sangre de los labios, lo besó por ultima vez.

Luego tomó del armario una bata blanca y un cordón. Para evitar que su falda se desordenara, envolvió la manta alrededor de su cintura y la sujetó firmemente con el cordón.

Reiko se sentó muy cerca de Shinji. Extrajo la daga de su faja, examinó el brillo opaco de la hoja y la acercó a su lengua. El gusto del acero bruñido era ligeramente dulce.

Reiko no perdió tiempo. Pensó que el dolor que la había separado de su marido moribundo iba a formar ahora parte de su propia experiencia. Sólo vislumbró ante sí el gozo de penetrar en un reino que el amado Shinji ya había hecho suyo.

Había percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante de su marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma.

Reiko sintió que, por fin, también podría participar de la verdadera y amarga dulzura del gran principio moral en que había creído el teniente.

Empujó entonces la punta de la daga contra la base de su garganta. La empujó fuertemente. La herida resultó poco profunda. Le ardía la cabeza y sus manos temblaban de forma incontrolable. Forzó la hoja hacia un costado y una sustancia caliente le anudó la boca. Todo se tiñó de rojo frente a sus ojos como el fluir de un río de sangre. Reunió todas sus fuerzas y hundió aun más profundamente la daga en su garganta.

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El origen de los rituales

También las ratas se vuelven supersticiosas.

La rata sabe que haciendo determinada cosa saldrá una bolita de comida de una máquina. Pero la rata hace un montón de cosas y no sabe cual de ellas, en concreto, es la que hace que salga la bolita de comida. Sólo una cosa es útil, pero la rata no sabe cual es y hace treinta cosas... Y como funciona, las sigue haciendo. Todas. En el mismo orden.

Walkaway. Cory Doctorow.

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Rutinas -Mario Benedetti-

A mediados de 1974 explotaban en Buenos Aires diez o doce bombas por noche. De distinto signo, pero explotaban. Despertarse a las dos o las tres de la madrugada con varios estruendos en cadena era casi una costumbre. Hasta los niños se hacían a esa rutina. Un amigo porteño empezó a tomar conciencia de esa adaptación a partir de una

noche en que hubo una fuerte explosión en las cercanías de su apartamento y su hijo, de apenas cinco años, se despertó sobresaltado. «¿Qué fue eso?», preguntó. Mi amigo lo tomó en brazos, lo acarició para tranquilizarlo, pero, conforme a sus principios educativos, le dijo la verdad: «Fue una bomba». «¡Qué suerte!», dijo el niño. «Yo creí que era un trueno».

Mario Benedetti, de la obra "Despistes y franquezas"

menéame