Fenómenos meteorológicos extremos, la escasez de agua o la propagación de enfermedades transmitidas por mosquitos como el zika son las consecuencias en la realidad cotidiana del planeta, y todas tienen relación con un rápido calentamiento global. Aún así, seguimos sin tratar el cambio climático con el rigor que reservamos para otros peligros como el terrorismo. Quizá la culpa resida en las raíces, en nuestra naturaleza interior: la evolución no diseñó nuestros cuerpos para abordar el cambio climático con urgencia.
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