Relato Humor Absurdo - Sebastianus Face

Breve introducción 

Este relato está ambientado en el fascinantemente absurdo mundo de la novela titulada “La Increíble pero Cierta Aventura de ir a Comprar el Pan”. Concretamente en la ciudad de Tomar por Culo. Espero que disfrutéis de su humor absurdo. 

Sebastianus Face y Joahana M. Arrana.

    Sebastianus Face observaba el perfil de Tomar por Culo desde la popa del barco. Los rascacielos se alzaban contra el horizonte, asomándose por encima de las nubes. Sus robóticas manos frotaban literalmente el cielo produciendo los característicos gemidos de placer que inundaban la ciudad. Tomar por Culo, la ciudad más grande del mundo. Ciento ochenta millones de gilipollas, noventa por ciento de ellos alcohólicos, poblaban sus calles. Y la ciudad no dejaba de crecer: cada día entre seis y siete millones de cretinos, chivatos, imbéciles, malos conductores, malos amigos y otras alimañanas similares eran enviados a Tomar por Culo desde el resto del mundo. Antaño los enviaban a la Mierda, el París del Gran Desierto Grande. Pero desde que Tomar por Culo ofreció mejores precios de alquiler, gracias a la posibilidad de contratar legalmente a la mafia local para extorsionar a tu casero, se habían girado las tornas. Ahora todo un flujo de mamonazos y mamonazas viajaba por el mundo en busca de un futuro mejor, o si más no diferente, en Tomar por Culo. 

    Hacía casi siete años que había abandonado la ciudad para cumplir con sus deberes como ciudadano. Sirvió durante la Guerra de los Caracoles, que enfrentó a Tomar por Culo con la famosa ciudad de El Paraíso, por el control de unas granjas de caracoles situadas en tierra de nadie. Perdieron. Y la vergüenza fue tal que Sebastianus Face prefirió vagar por el mundo ofreciendo sus servicios como detective privado. Había vivido en Las Quimbambas, en Dónde Cristo Perdió el Zapato, Dónde Cristo Perdió la Chancleta, Dónde Cristo Perdió la Alpargata y Dónde Cristo Perdió las Llaves (1), en la Mierda y en Quinto Pino y Quinto Coño(2). Pero ahora, por fin, regresaba a su hogar. Ya alcanzaba a oler el embriagador aroma a sobaco sudado y pollo frito característico de su ciudad, y la nostalgia hacía mella en él. Pero también la vergüenza: un veterano de una guerra perdida. Sin embargo, tenía fuertes razones para regresar.

    Sebastianus Face extrajo un sobre del bolsillo interior de su gabardina y lo repasó con la mirada. Era blanco, y estaba bastante sobado de todo el tiempo que hacía que lo llevaba. Escrito, con una caligrafía digna de un enfermo de parkinson, podía leerse “A la atención de Sesbastianus Face, Calle del Perro Borde, Número Ochocientos mil trescientos tres, 000000001, Quinto Coño”.  Llevaba un sello con la foto de un salami timbrado por “La real casa de mensajería, transporte, envío de cartas y drogas de Tomar por Culo”. Al reverso podía leerse el nombre del remitente: Johanna M. Arrana. Hacía siete días que había recibido la carta y en su interior sólo había un papel con muy pocas palabras escritas: “Necesito tu ayuda, Firmado, Johana M. Arrana”. 

    “Johana”, al ver su nombre escrito la piel de Sebastianus se erizaba completamente recordando un tiempo pasado, un tiempo mejor. Aquella mujer había marcado su vida desde que la conoció, en unos cines de la calle Suricata, cuando ambos tenían apenas quince años. Él, alto, moreno de pelo y de ojos castaños,  provenía de los bajos fondos, de Casasnegras, uno de los peores barrios de Tomar por Culo. Ella, de piel blanca, piernas largas y sonrisa encantadora, provenía de una de las familias más acaudaladas de la ciudad. Cuando los preciosos ojos negros de ella se cruzaron en una fugaz mirada con los de Sebastianus, surgió el amor. 

Sebastianus empezó a recordar cómo él la siguió hasta su casa, averiguando así dónde vivía. Y cómo iniciaron su relación en secreto, dado que su padre no lo aprobaba. Estuvieron juntos durante casi tres años. Hasta que estalló la guerra. Sebastianus, joven e impetuoso, decidió alistarse con la pretensión de ascender y, con ello, ser digno de pedir la mano de Johana. Pero la guerra les separó. Un día frío y abrasador en el Frente, mientras esos buenachones y angelitos de “El Paraíso” disparaban su artillería sobre las trincheras tomarporculenses, Sebastianus recibió una carta (un e-mail en el móvil vamos). Era Johana, según ella había sido prometida con un hombre de la familia Salami. Los Salami, la mafia local que se había impuesto entre todas las mafias tras una sangrienta guerra. ¿Qué podía hacer contra eso? Nada… sólo aceptar su sino y casarse. Y romperle el corazón a Sebastianus. 

Sin embargo, al finalizar la guerra supo que se había casado con otro, con un tal Armando Deuna Flotilla y que su compromiso con uno de los hijos de los Salami había sido una excusa para dejar, definitivamente, a Sebastianus. Nunca supo si su reticencia a regresar se debía a la derrota sufrida por el ejército tomarporculés, o por la vergüenza de haber sido engañado tan salvajemente por ella.  

Por todo esto, al ver la carta, en su despacho de Quinto Coño, Sebastianus tuvo claro que se trataba de algo grave. De otra manera, Johana M. Arrana no le habría escrito jamás. ¿Qué debía haberle sucedido? Algo le picaba en la nariz, pero su olfato de detective necesitaba más pistas, más rastros que seguir. ¿La estarían extorsionando? ¿Habría desaparecido alguien de su familia? Cualquier cosa podía ser cuando se vivía en Tomar por Culo.

La característica melodía de “La Cucaracha” sonando por los altavoces del barco sacó a Sebastianus de su ensimismamiento. Ya llegaban a puerto. El aroma a cerveza rancia característico del barrio de los Pescadores se mezclaba con el olor a sobaco sudao y pollo frito en la nariz de Sebastianus, generando una sensación embriagadora a la par que repulsiva. 

  • El encanto de Tomar por Culo - dijo para sí mismo en tono reflexivo. 

    El barco atracó y el pasaje empezó a correr por cubierta ansioso por bajar. Los marineros trataban de colocar la pasarela en su sitio, pero la gente, con sus prisas, los atropellaba no dejándoles trabajar. Algunos pasajeros cayeron con sus maletas al agua, iniciando una carrera a nado hacia el muelle como si nada hubiera pasado. Peor suerte corrieron aquellos que, en su caída por la borda, se rompieron la cabeza, el tabique nasal, una pierna o un brazo al golpearse contra la estructura de cemento del muelle. Por suerte para ellos, y sabiendo que Tomar por Culo está habitada fundamentalmente por imbéciles, los equipos sanitarios estaban allí para rescatarles y practicarles los primeros auxilios. Sebastianus Face esperó a que la gente hubiera desalojado, y entonces, cuando los marineros pudieron colocar la pasarela, descendió. No es que él fuera más listo, o no fuera un buen tomarporculés. Símplemente había vivido mucho tiempo en el extranjero. 

    Salió de las instalaciones portuarias cargando su maleta y fue a buscar la primera parada de taxis que encontró. Había tres taxistas esperando allí. Al verle llegar con la maleta los tres salieron del taxi e iniciaron una salvaje pelea por ver quién llevaría al pasajero.

  • ¡Me toca a mí, bastardos! - exclamó uno. 
  • ¡Tu llevaste al último, cerdo inútil! - gritó otro. 
  • ¡Meeee cago ennn la hosshtia que os rajo a todoshs, que estoy muuuu loco! - dijo el tercero con voz ebria mientras blandía una navaja. Luego señaló a Sebastianus y dijo - Shube a mi puto tacsi antes de que eshto se ponga más feo. 
  • ¿Cuál es tu taxi? - dijo Sebastianus.
  • El primero - dijo el taxista.

Sebastianus echó una rápida mirada al taxi: los faros delanteros estaban rotos completamente, las ruedas estaban ligeramente deshinchadas y el parachoques de atrás colgaba tanto que al subir peso probablemente rozaría el suelo. El cristal de atrás tenía tres agujeros de bala y carecía de espejos retrovisores exteriores: habían sido arrancados de cuajo. En su lugar, en el espejo derecho había unos cables colgando, y en el izquierdo había pegado un espejo de bolso de señora con un montón de cinta americana. Sin duda, era uno de los mejores taxis que había en la ciudad, así que Sebastianus no se lo pensó dos veces. 

  • Date prisha - dijo el taxista mientras veía como uno de los otros dos taxistas caminaba lentamente hacia tu coche - ¡Ni te muevash, Roberrrtooo, que sé onde vives cabornazo!

Sebastianus se subió al taxi, que olía a vómito, whisky, tabaco y otras cosas de fumar. Inmediatamente entrar en el vehículo, Sebastianus, perro viejo, se agazapó para quedar completamente oculto por el asiento trasero. El conductor echó a correr y se subió en el asiento de piloto, arrancó y pisó el acelerador. Salían de la parada cuando un par de disparos impactaron contra el maletero y el cristal trasero del coche. Era uno de los otros taxistas. 

  • ¿A dónde? - dijo el taxista cuando tomaban la Gran Pepina dirección norte. 

Sujetaba un cigarrillo en la mano izquierda mientras sostenía el volante. Con la mano derecha tomó una botella de whisky del asiento de copiloto, la destapó con la boca y echó un trago. Obviamente hacía eses con el coche. Pero eso era habitual en la conducción de Tomar por Culo. De hecho, las calles estaban todas diseñadas con formas ondulantes, haciendo más llevadera la conducción para los borrachos. Por supuesto, los accidentes son habituales. Afortunadamente, hay tanto tráfico que nunca son accidentes mortales, dado que los automóviles no pueden pasar de 25 km por hora. 

  • A la calle Almorrana 123, por favor.
  • ¡Ashí se hará! - dijo y con la mano de la botella pulsó la radio donde sonaba una canción de Papi Norte-Americano.
  • ¿Puede poner algo de música de verdad?
  • ¡Claro! ¿Qué emishora
  • Una de Jazz - el tipo empezó a buscar una emisora que pusiera la música que su cliente quería. 
  • Shi quiere alguna bebida, debajo del ashiento de conductorrr hay varias botellash, whisky, ginebra… lo que quierah… - dijo el tipo mientras seguía buscando. Estaba tan concentrado en buscar la emisora que no vio al autobús que se le cruzaba y acabó estampándose en su lateral - Cago en la leche - dijo el conductor con tranquilidad -. Tendrá que coger otro tacsi, son seis con setenta - Sebastianus pagó lo acordado. Bajó del taxi. Levantó la mano e inmediatamente tenía otro taxista alcohólico dispuesto a llevarle. 

    Tres taxis después, con sus respectivos accidentes, Sebastianus llegó por fin a la calle Almorrana 123. La casa de Johana M. Arrana era una mansión de estilo, vamos a decir Victoriano, si es que ese estilo no le gusta, querido lector, escoja otro a su parecer. Tenía varias plantas y casi mil metros de jardín. Los recuerdos invadieron a Sebastianus cuando se encontró frente a la verja que daba al patio delantero. Pero rápidamente se impuso: había venido por trabajo, para ayudar a un viejo amor. Llamó al timbre y al cabo de entre treinta y cuarenta minutos alcanzó la puerta un hombre en taca-taca perfectamente vestido de mayordomo. No sin dificultad, abrió la puerta. Cabe decir que en Tomar por Culo no existe edad de jubilación alguna. 

  • No tenga miedo del perro, no hace daño - dijo el hombre. Sebastianus buscó el perro con la mirada, y tras un rato lo encontró, allá a lo lejos. Trataba de bajar las escaleras, pero por su edad, pobre animal, era incapaz de mover las patas traseras. Así pues, las arrastraba. Debido a su incontinencia, iba dejando un rastro de pis que esparcía con sus cuartos traseros por allá por dónde pasaba. 
  • No se preocupe - dijo Sebastianus con voz seria -. No temo a los animales. Soy Sebastianus Face, vengo a ver a Johana M. Arrana. 
  • Ah, sí, sí. Muy bien. ¿Quién es usted entonces?
  • Ehm, se lo acabo de decir. Sebastianus Face, detective privado.
  • ¡Ah, sí, sí! Le estábamos esperando. Por favor, pase, pase. 

    Sebastianus entró en la casa. Hastiado del ritmo del mayordomo se dio una vuelta por el jardín y luego le esperó sentado en uno de los bancos del porche. Tras treinta minutos, el mayordomo abrió la puerta y ambos entraron en el recibidor. La casa, por dentro, estaba decorada con un estilo, vamos a decir, barroco. Misma norma, lector, si no le gusta el estilo, escoja otro(3). Unas grandes escaleras conducían al segundo piso.

  • La señora M. Arrana está en el segundo piso, en la habitación del fondo. 
  • Gracias, con su permiso.
  • Claro, claro. Voy a limpiar los cristales mientras tanto - dijo el hombre, y se fue pasillo adelante con su característico “tac - tac” a cada pasito que daba. 

    Sebastianus subió las escaleras con cierta celeridad. ¿Estaba encamada? ¿Se encontraba mal? ¿Había enfermado? O peor, tal vez la habrían envenenado. Tal vez, su marido, el tal Armando Deuna Flotilla la maltrataba y estaba recuperándose de una paliza. Tal vez le había hecho llamar precisamente por eso, para protegerla. Él, un veterano de guerra no tenía miedo de nadie, por grande que fuera. Recorrió el pasillo y entró en la habitación donde, por fin, la vio.

   

    Johana M. Marrana permanecía cómodamente sentada mientras tomaba una taza de café y veía la televisión con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba tan guapa como Sebastianus la pudiera recordar. Su pelo color azabache recogido un moño, sus ojos negros e intensos… Sebastianus tuvo un vuelco en el corazón. Pero se alegró de verla bien. Vestía una blusa blanca con un bolsillo en el que tenía guardada una pluma estilográfica. Al ver a Sebastianus hizo un gesto alegre y le invitó a pasar.

  • ¡Sebastianus! ¡Qué alegría! ¿Recibiste mi carta?
  • Sí, por eso estoy aquí.
  • ¡Oh qué maravilla! Oye, mírame a ver si encuentras mi pluma, que no sé dónde está. 
  • ¿Te refiere a esta? - dijo él señalando la pluma estilográfica que tenía en el bolsillo de la blusa. 
  • ¡Oh, qué tonta soy, si es esta! - exclamó cogiendo la pluma - Pensé que la habían robado. Hay, ahora me sabe mal haberte hecho venir para esto.
  • ¿Esto era todo lo que querías de mí? - preguntó Sebastianus con gesto fatalista.
  • Sí. Estaba muy preocupada por mi pluma, fue un regalo, de mi marido, ¿sabes? Por cierto, no te lo puedo presentar porque está de viaje de negocios en El Paraíso. 
  • Johana…
  • ¿Sí? - dijo ella con una sonrisa encantadora.
  • Eres una hija de puta.

    Sebastianus se detuvo en la acera, frente a la casa de Johana M. Arrana y con gesto reflexivo observó lo alto del rascacielos que tenía delante. Había viajado tanto para nada. Sin embargo, ahora que estaba en su ciudad, se sentía completo de nuevo. Tal vez había llegado la hora de regresar para quedarse. 

(1) Sorprendentemente, todas estas ciudades fueron fundadas a la vez, por personas de distintas culturas en puntos completamente alejados del mapa unas de otras.

(2) Ciudades vecinas y rivales.

(3) A ver cuántos escritores te dejan escoger las descripciones de los lugares con tanta libertad.