En esta era de ruido blanco, la calma no es paz, sino una aceptación dolorosa de la frenética locura del día a día. Un mundo que gira en vertiginosa desesperación, donde el clamor es constante y las almas buscan refugio en la indiferencia. Me duele esta calma, no por lo que oculta, sino por lo que revela: una adaptación sombría a la locura de las multitudes, a las pantallas parpadeantes que nunca duermen, a las ciudades que gritan sin voz, a las vidas que se despliegan en un …