Es mi costumbre vagabundear por Madrid sin destino cuando necesito relajarme o pensar, largas caminatas con estupendos efectos terapéuticos en cabeza y piernas. Pero en los últimos meses hay zonas del centro de la capital que ya trato de evitar en estos paseos. Y es que me horripila y a la vez me fascina lo que el turismo masivo está haciendo con lo que fue mi ciudad. El desfile infinito, imprevisible, la mezcla de rostros y tipos. Casi todo feo y caótico y extraño. Reconozco la forma , la cáscara de ciertas calles , pero su sustancia cada vez me es más ajena. Una de las realidades que me costó aceptar según cumplía años es que es el cambio y no la permanencia la regla del mundo. Los lugares de nuestra infancia y juventud son desfigurados por la acción de la economía, del “progreso”, algo que solo libran los despoblados y los lugares en los márgenes.
Sin embargo el malestar se agudiza por la velocidad sin freno de las transformaciones. Los viejos comercios y bares son sustituidos por franquicias, locales de brunch o falsas tabernas tradicionales en meses, que a su vez son sustituidas por otros negocios de pega inmediatamente si no son exitosos; los precios de los alquileres impulsan una rotación frenética, porque la invasión turística en los últimos años en Madrid es ya exponencial, logarítmica, y aún más tras la pandemia.
El turista, por definición, es feo. Lo es porque está fuera de lugar, de su propio lugar que le ha hecho ser como es, vestirse y moverse como lo hace. Es una mancha en el paisaje. La proliferación de rostros, de atuendos, de expresiones (unos vestidos como si fueran a adentrarse en el Sahara, otros con sucinta ropa deportiva, allí un hiyab, allá una gorra de beisbol, camisas hawaianas, shorts, bermudas, camisetas sin hombreras, ropas de mil padres y mil madres, mochilas, talegos, mochilones, maletas con ruedas, sin ruedas, bolsones arrastrados por el asfalto ) estos días hace raro poder identificar algún lugareño. El turista, es pues una mancha; cuando es un fenómeno poco común encaja sin problemas en el paisaje, es una nota pintoresca (él , que viene a buscar lo pintoresco en lo ajeno) , como un lunar en una piel lisa. Resalta, pero puede quedar bien. Sin embargo cuando los borrones, puntos negros proliferan sin control sobre la superficie, sin que nada les ordene y les dé ritmo se asemejan a los síntomas de una infección.
El turista , por su propia naturaleza no encaja en el fluir propio de la ciudad, pero es su excesivo número lo que desencadena su naturaleza molesta. Se para en las esquinas , cabecea por las aceras con el móvil a la altura de las cejas buscando con el navegador algún destino. Las miradas son distintas del habitante habituado a sus trayectos: mira con curiosidad, o con asombro (a veces injustificado), o perdido, o incapaz de procesar la rareza de un cartel o un lugar que no comprende. Como un coágulo en la circulación de las calles, se detiene con su maletita rodante, duda, se da la vuelta y sin saber para qué mira al cielo.
Todos ellos en busca de su “experiencia”. La ciudad se ha convertido en un lugar que les vende eso que llaman ahora: “experiencia”. Móntese en un avión y vuélvase a su casa con algo experimentado por primera vez, aunque sean unas calles y unos platos de comida.
Padezco pues de una creciente turismofobia, más intensa cuanto más se borran los rasgos de la ciudad en la que viví mi juventud.
Dicho todo esto ,soy consciente de que yo también he sido un grano más en el rostro de una ciudad de algún otro. Que con mis dineros y mis elecciones he contribuido (aún infinitesimalmente) a que alguien se sintiera desplazado en lo que había sido su espacio personal. Me gusta viajar.
En fin, lo que nos da memoria de nosotros mismos, ciertos lugares, algunos recuerdos parecen destinados a transmutarse en unas de tantas “experiencias de viaje”, de otros.
Y viceversa.
Desgraciadamente dudo de que nada de esto se pueda siquiera aminorar.
Después de casi 8 años de combates, ha caído la que algunos llaman la ciudad más bombardeada de Ucrania. Más aún que Bakhmut.
Fuentes de ambos bando informan que hoy se ha completado la retirada ucraniana de los últimos arrabales de Marinka, que ya, a estas alturas, era más un símbolo que una ciudad.
Este hecho parece reforzar las últimas tesis de que los rusos presionan a lo largo de todo el frente buscando un colapso ucraniano que aún no se produce, aunque en determinados sectores se observen importantes debilidades debidas, especialmente, a la falta de munición de artillería.
El comienzo de la ofensiva israelí en Gaza ha desviado la atención de la comunidad internacional, especialmente de los Estados Unidos, lo que unido a un ya evidente "cansancio de guerra" y a los magros resultados de la contraofensiva ucraniana de verano, resta a Ucrania los recursos necesarios para mantener el nivel defensivo que sostenía hasta estos momentos.
A tres semanas del comienzo del invierno, el estancamiento de la guerra favorece claramente a Rusia, que a pesar de sufrir graves pérdidas en las últimas semanas, cuenta con varias veces más recursos que su rival, gravemente dependiente de una ayuda extranjera que empieza a reducirse, retrasarse o, simplemente, desaparecer.
En el caso de Rusia, el buen desempeño de su economía frente a las sanciones occidentales, ha desanimado especialmente a la Unión Europea, que tiene cada vez más profundamente la impresión de estar sancionándose a sí misma. Con las primarias norteamericanas a la vuelta de la esquina, cada vez será más difícil recabar ayuda para la causa ucraniana, convertida en secundaria por el lobby sionista norteamericano.
Aunque no parece probable ningún colapso a estas alturas, creo que es probable que veamos más noticias como esta en las próximas semanas.
La foto es de @Suriyak.
menéame