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Y la arriesgada apuesta de Carmena salió mal

A pesar de evidentes éxitos de gestión, el gobierno del equipo de Manuela Carmena ha perdido las elecciones en Madrid. Para intentar entenderlo hay que estudiar los datos electorales de la capital pero también hay que tener presente los avatares de la pasada legislatura desde sus comienzos en 2015.

La entrada del equipo de Ahora Madrid sucedió en un ambiente de guerra total contra el cambio desde el minuto uno: Esperanza Aguirre denunciando la implantación de soviets en los barrios, la expropiación de viviendas en masa y el fin de la inversión productiva en toda la ciudad, el horripilante caso de los titiriteros, el escándalo mediático de los antiguos tuits de su concejal de cultura, Guillermo Zapata. Esta campaña, entusiásticamente secundada por muchos medios de comunicación nacionales pero radicados en la ciudad se combinó con la campaña de encapsulamiento y demonización de Podemos en el resto del país desde las cloacas del poder y de los medios.

Otra decisiva vuelta de tuerca se aplicó desde el Ministerio de Hacienda dirigido por Montoro, imponiendo rígidos límites a las posibilidades de una política de inversiones autónoma.

           Y el equipo más cercano a Carmena acusó la presión. No solo la absorbió sino que pareció ceder en cierto sentido a ella. La ambiguas declaraciones de Carmena sobre los titiriteros y la forzada dimisión de Zapata mostraron las primeros síntomas.

Esta presión indujo un posicionamiento estratégico del equipo de Carmena de efectos permanentes. En términos de física de materiales podemos decir que el ayuntamiento se mostró como un metal más que elástico, deformable.

El equipo muncipal apostó por desmentir con hechos la feroz campaña mediante políticas de inversión y gasto en la que se manifestara que el equipo era un buen gestor, que no era un peligro para la creación de riqueza, al contrario la alimentaria con transformaciones urbanísticas que atrajeran la mirada del capital extranjero y el turismo.

También había un cálculo socio-político de calado. Desde el infausto fondo infernal del Tamayazo, La Comunidad de Madrid ha votado tradicionalmente a la derecha: sólo cuando esta se ha abstenido y la izquierda se ha movilizado masivamente han cambiado las tornas. Si el progresismo quería romper este maleficio, tenía que encontrar el modo de seducir a las conservadoras clases medias madrileñas.   

Ahogado por el cincho de hierro de Montoro y con la Comunidad en manos de Cifuentes el margen de maniobra del ayuntamiento era escaso, pero algo se podía hacer: la operación Chamartín, la vía libre a la operación Canalejas, la reforma de la Gran Via y Plaza de España, la gestión del IFEMA indicaban a todos, amigos y enemigos que Carmena y  su equipo no eran comunistas peligrosos sino que querían poner a Madrid en el centro del mapa de las grandes capitales europeas.

Aun así, la presión no cedió. Las clases dominantes madrileñas no son compasivas ni conceden un centímetro de lo que consideran que debe ser suyo siempre, el poder. 

Carmena soltró lastre, en forma de concejales opuestos a su estrategia como Sanchez-Mato o problemáticos, como Rommy Arce.

 Según se acercaban las elecciones se liberó de aún más lastre ninguneando al partido que le había aupado a la alcaldía, Podemos, un partido cuya cercanía se había convertido en extremadamente tóxica si se queria rascar votos en los distritos pudientes de la capital. El empeño por desvincular su imagen del partido maldito le llevó a dar su apoyo al disidente Errejón y contribuir así indirectamente a reventar la estabilidad de la organización desde dentro, en el momento más delicado, tan cercano a las elecciones, que Podemos no tuvo capacidad de reacción. La elección de los tempos no es casual.

El cálculo de Más Madrid era, en definitiva, que su gestión le daría réditos en los barrios tradicionalmente reacios a la vez que se conservaba el voto popular porque este carecía de alternativas.

           Y en esto llegaron las elecciones.    

Madrid tiene una estructura urbana con una fuerte segregación espacial, el norte y el oeste lo pueblan las clases con mayores ingresos, clases medias aspiracionales, clase media alta tradicional y sectores ascendentes, mientras que los grupos más dañados por la crisis habitan el sur y el este.

Esta estructura dual de la ciudad ha sido alimentada conscientemente por el Partido Popular en sus años de hegemonía. La inversión masiva de la Comunidad en educación concertada, muchas veces impartida por centros religiosos , da a los hijos de las clases medias pudientes una ventaja competitiva sobre los hijos de las clases populares: de modo que posición de clase, espacio urbano e ideologia política se retroalimentan y se solidifican en estos espacios urbanos diferentes.

    

          Por eso, el comportamiento en estas dos grandes áreas, a groso modo en estas elecciones ha roto el sueño de cristal de Más Madrid: los distritos del norte , donde ha ganado el PP , se han movilizado más que en 2015, al sentirse aún amenazados en su relativa posición de privilegio, al revés que lo que ha sucedido con los del sur.

 Sin medios de comunicación afines, el estigma contra Carmena, “la vieja comunista” no se ha disuelto lo suficiente entre las clases medias viejas y nuevas. Si bien el voto a Más Madrid ha sido superior al que tenia Ahora Madrid su rendimiento ha sido pequeño. No compensa la pérdida de votos en los barrios de trabajadores, tanto por la abstención como por el intento tardío de una alternativa critica representado por Madrid en Pie, último invento de confluencias izquierdistas de IU y sectores de Podemos.

Este fracaso en el sur se ha agravado por su gestión de las relaciones con Podemos. Al negarse a pactar con ese partido ha perdido el trabajo de campaña los militantes de este partido , muy activos en estos barrios. Los círculos, las asociaciones culturales, de vecinos etc tienen fuerza en el sur, dolidos por todo lo ocurrido, esta vez se han cruzado de brazos.

Los barrios del sur se han sentido abandonados por un gobierno que ha parecido gobernar para el centro, para las elites culturales,  para los Bo-Bo (“ Bohemian Borgueois”), para otra gente más afortunada. 

La inversión necesaria en estos barrios requeriría mucho más de cuatro años para remediar algunas de las enormes carencias producidas por décadas de olvido. La apuesta de Más Madrid era arriesgada. Sin capacidad de maniobra financiera, sin apoyos institucionales y sin tiempo, los barrios tenían que esperar a la siguiente legislatura, esa que ya no llegará.